Dirige Lifting en teatro para tres actrices, mientras disfruta de su reconocimiento por Priscilla. Se siente merecedor de todo, extraña a su perro, reinventa cada día su matrimonio y critica al Gobierno.
No sale del mundo de las tablas, pero dentro de él Pepe Cibrián Campoy diversifica sus roles. Desde sus comienzos, se volcó a escribir y dirigir musicales. En los últimos tiempos, se luce sobre todo como actor, profesión que, sin embargo, practicó desde siempre. Bromea: “Me han descubierto como actor… y gano premios y esas cosas, ¿viste?”. Alude a su personaje de Bernardette, en el musical Priscilla, por el que acaba de ganar como mejor actor protagónico y el galardón de oro, en los premios Hugo, entregados el 1º de septiembre. Asimismo, para enero, integrará el elenco de El hombre de La Mancha, en el Maipo, y pronto filmará una película junto a Graciela Borges, Norma Aleandro, Marilina Ross, Ana María Picchio, Oscar Martínez, entre otros: “Marcos Carnevale vio Priscilla, me vino a hablar, entró enloquecido: ‘Pepe quiero que seas protagonista de mi nueva película’. Yo nunca he hecho cine”.
Por otra parte, Cibrián Campoy está iniciando una temporada como director de una obra de teatro de texto. Se trata de Lifting, no de su autoría, sino de los españoles Félix Sabroso y Dunia Ayaso. Allí, en el Tabarís (Corrientes 831), se ponen bajo su batuta tres actrices: Ana Acosta, Graciela Pal y Linda Peretz, para jugar con un libreto que lleva al absurdo el tema de las operaciones estéticas. Sobre esta puesta, adelanta: “En uno de mis viajes a España, me hice amigo del autor, que es muy del grupo de Almodóvar. Me mostró la obra y me encantó: me pareció un delirio; sobre un tema remanido, el enfoque es absolutamente surrealista”.
—Frente a tanto éxito, ¿cómo te sentís?, ¿cómo se comportaron tus compañeros de “Priscilla” contigo?, ¿sentís envidia del medio del espectáculo hacia vos?
—Yo me siento feliz y muy merecedor de estos premios. Cuando salgo a saludar, sea en un musical o en el Congreso de la Nación, la gente se pone de pie. Y no es por el trabajo en sí, sino por una trayectoria que viene desde mis padres. El elenco de Priscilla siempre fue gentil conmigo. Creo que soy una figura que impone cierta cosa a los demás. Pero siempre he tratado de saludar con mucho amor a los boleteros, a los maquinistas, a los acomodadores, a mis elencos. Puede que tengan envidia: es una condición humana. Pero si me tiene envidia gente de la profesión, es un problema de ellos y yo los invito a que luchen como yo luché desde los 19 años. Cuando empecé, no podía pretender, ni se me ocurría, ir al Opera, pero iba a sótanos, con olor a pis de gato y ponía sahumerios y yo me sentía en el Opera. Luego, cuando tenés cierto talento, lucha, criterio, una historia familiar de teatro, y espacios que se fueron dando…
—Como en “Lifting”, la estética personal a veces está relacionada con la búsqueda de la aceptación del otro, con la conservación del amor. ¿Creés en el amor duradero, en el amor eterno?
—Sí, absolutamente. Creo que todas las parejas se terminan: lo ideal es volver a empezarlas con la misma persona otra vez. Con Santiago [Zenobi, legalmente su marido desde 2010] llevamos 14 años. El tiene 40, yo tengo 66. Sin embargo, hemos desarmado tantas veces la pareja… y siempre nos elegimos para volver a empezarla. También siento que amar es dar libertad, por eso le digo a Santiago, que es tanto más joven que yo: “El día que yo no esté, amá, sé feliz”. A mí se me acaba de morir Junior [un pastor blanco suizo], que fue mi compañero 12 años. Estoy hecho mierda: era mi compañero total. Y también hablo con él y le digo: “La misma persona que me regaló a vos, me quiere regalar otro perro. Yo no te voy a reemplazar. Es como una nueva pareja. ¿Me dejás?”. Siento que me dice: “Sé feliz, Pepe”. Sí creo en el amor eterno. El amor eterno se te puede ir y vos, recordarlo toda la vida, aunque tengas otro.
—Mencionaste la diferencia de edad con Santiago. ¿Esa diferencia es algo relevante en las parejas?
—Sí, algo señala. Por ejemplo, hay más experiencia, cuando uno es muy joven [respecto del otro]. El tenía 26, yo tenía cuarenta y pico, pero ahora él ya es mi par, produce, es arquitecto, es un hombre serio. Pero le he preguntado tantas veces: “Pero, ¿cómo, vos que sos tan guapo, tan atractivo…?”. “Sí, pero nadie me da tu cabeza, Pepe, tu lucha, tu pasión”, me dice. De eso está enamorado él, no del físico, sino de ese compañero incondicional. El cepillo de dientes, la convivencia, todo eso es maravilloso. La vida nos modifica, el sexo ya no es igual. Pero hay tantas cosas, porque sexo no es solamente penetrar, eyacular; sexo es abrazarse, tomarse de la mano, ver una película juntos. Yo tuve una gran depresión, estoy medicado; y la libido debido a esa medicación no es igual, y sin embargo, somos muy felices.
—¿Cómo es tu vida cotidiana?, ¿te cuesta mantener tu nivel de vida?
—Tengo ciertas posibilidades que la vida me dio, a través de Tito Lectoure y Drácula [desde el estreno en 1991, cosechó más de dos millones de espectadores; en 2016 ya está planeada su reposición, para el festejo del 25° aniversario]. Vivo un poco en mi mundo, tengo un bosque maravilloso en Pilar, una casa que amo, mis perros. Lo que más me gusta es quedarme ahí o viajar. Si viajo, me gusta que sea en business class, en hoteles de 5 mil estrellas. Mantener todo eso me cuesta una fortuna, mucha plata. Pero el día que no pueda vivir ahí donde me gusta, lo vendo todo y me voy a un dos ambientes, feliz, y listo. No me importa, ya tengo todo, ya lo viví.