Primavera con flores y jóvenes

P2-1 21-9-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

En muchas plazas y parques del país están brotando los árboles y las flores. Como en una muestra de amistad con la vida que surge en el reino vegetal, los jóvenes en este día expresan en esos mismos lugares también su alegría en grupos de amigos que cantan, juegan, hacen fiesta.

Están en una etapa en la cual perciben la belleza de la vida de hoy y de mañana, y se reconocen como peregrinos hacia una plenitud mayor. Buena parte de ellos son estudiantes, otros no. Para los que asisten a establecimientos educativos (secundarios, terciarios, universitarios…) es necesario alentarlos a aprovechar esta oportunidad. Ser estudiante es más que ir a clase. La sociedad, los adultos, debemos incentivarlos en la búsqueda de la verdad, la investigación, la cultura del esfuerzo como camino para alcanzar logros vitales. Dejarlos postrados en la comodidad y la apatía sólo logrará esclavizarlos más temprano que tarde. Para quienes no son estudiantes debemos alentarles en la capacitación laboral, el trabajo. Algunos son mamás y papás a edades tempranas y tenemos que acompañarlos en esta realidad.

 

Hay un pasaje del Evangelio de San Lucas (Lc 7, 32) en el cual Jesús recoge la situación de los jóvenes sentados en la plaza, quejosos y tristes por no haber sido tenidos en cuenta. Son como los «NiNi» de aquel tiempo. Hoy también hay jóvenes sin juventud, sin pasión, sin proyectos de vida, sin sentido de la misma. Por más que estén sentados en las plazas o en las esquinas sin hacer nada, debemos escuchar el grito de los jóvenes. El clamor por una vida digna. En una carta que escribí a los estudiantes les decía deben cuidarse de dos riesgos que ensombrecen sus horizontes: la «anestesia» y la «amnesia». La «anestesia» corre el riesgo de ocultar momentáneamente la sensación del dolor, pero no soluciona las causas. Los empuja a la ilusión de fantasías inexistentes. Evadirse por un rato de la realidad no logra modificarla. Una canción de rock lo grafica de este modo: «La noche que rompe la capa vendiendo ilusiones / dejándote retazos de suelos por los rincones/ (…) Curaste todas tus heridas con agua podrida…» («Ángel de los perdedores», Los Redondos).

 

La «amnesia» es olvidar el pasado, desentenderse del origen. La vida es un regalo de Dios, mi vida y la vida de los demás. Estamos llamados a construir juntos la sociedad en justicia y solidaridad. Esta amnesia del origen nos lleva también a desentendernos del presente y olvidar el futuro, nuestra vocación. Pero la amnesia no sólo es riesgo para los jóvenes. También lo es para la sociedad que olvida y posterga. Todos corremos el peligro del individualismo y de caer en lo que el Papa Francisco llama la «globalización de la indiferencia». Estigmatizamos a los jóvenes por su modo de vestir, su lugar de vivienda, su modo de hablar, su música. Muchos son los jóvenes que se levantan temprano, van a estudiar o trabajar, participan de grupos misioneros, son catequistas o voluntarios en diversos servicios solidarios, militan en organizaciones sociales o políticas.

 

Esta juventud, laburante y estudiante, por lo general no es «noticia» que llame la atención. Pero nos duele reconocer que también hay muchos jóvenes que, parados en otra parte de la misma historia, cotidianamente ponen en riesgo la propia vida y la de los demás, como jugando a la «ruleta rusa» hasta que se produce la muerte, propia o de otros. Los jóvenes se merecen lo mejor de la sociedad. La sociedad se merece también lo mejor de ellos, de su capacidad creativa, de sus energías para el cambio, de sus interpelaciones provocadoras, de su mirada crítica ante formas de pensamiento o estructuras que no los comprenden o no los incluyen. Los jóvenes tienen ese ojo sensible para detectar «caretas». Sepamos escuchar el clamor por una vida digna, por sueños de solidaridad, de un mundo de paz.