El actor sacó un disco de covers con Sony y vuelve a Pol-ka con un policial. Marido de María Susini y padre de tres hijos, asegura que no puede ser un lingote de oro para gustarle a todo el mundo, y que su historia habla por sí sola.
León, Patricia, Ligia”; así arranca Facundo Arana la lista de “los cantantes que me hacen llorar”. Es que Arana, saxofonista y fanático, acaba de hacer concreta su pasión musical, esa que despuntaba y despunta en vivo con la Blue Light Orchestra, su banda, en Salir a tocar, un disco de covers en el que se anima a realizar versiones de Roy Orbison, Traveling Wilburys, Bob Dylan, Tom Petty, Willie Nelson y Eddie Vedder, entre otros. El marido de María Susini y padre de India (6) y los mellizos Yaco y Moro (4) sabe que, frente a la acusación que implica el “éste hace un disco porque es actor”, su respuesta es: “¿Qué voy a hacer? Si no, me convierto en un lingote de oro, que eso le gusta a todo el mundo. Pero como eso no lo puedo hacer, le va a resultar más fácil a esa persona seguir carajeando que a mí convertirme en un lingote de oro para gustarle”.
Sobre a quién le gusta Arana o no se han dado las últimas polémicas que lo mencionan (Griselda Siciliani y Maju Lozano), pero a pesar de los conflictos en Farsantes, de donde salió antes de lo previsto el año pasado, Arana volverá a Pol-ka con Día y noche, “un policial con algunos toques de comedia” que empieza a grabar para el prime time el 6 de octubre y donde compartirá pantalla con Oscar Martínez, Gabriel Corrado, Eleonora Wexler, Brenda Gandini, el Puma Goity, Favio Posca y Romina Gaetani (escrita por Marcos Osorio y Willy van Broock). Interpretará al bueno de Victorio, que tiene tres hermanas y fue expulsado de la policía por tirar a alguien de un avión.
—¿Cómo se dio ese retorno después de aquella crisis?
—Se armó una reunión entre Adrián (Suar) y yo, a la que fui a agradecerle por convocarme y nada más. Me preguntó si tenía ganas de volver a trabajar, y le dije que sí, con toda mi alma. Sin vueltas y sin drama. El drama sirve para ponerles muchas palabras a las cosas.
—¿Te molesta estar en ese epicentro del drama, como ha sucedido últimamente?
—No son aguas donde estoy acostumbrado a nadar. Cosas importantes pasan en el mundo. Esto es parte del show. Pero esa parte del show no me gusta. ¿Me divirtió? No. ¿Qué hice? No navegué. Me callé, me crucé de brazos y me quedé quietito. La realidad viene después. Después vienen los hechos, y todo lo que se dijo quedó expuesto. Dejé que pasara el tiempo y la realidad habló. Yo estoy parado en una cubierta mirando el atardecer, todo aquello es el aceite quemado con el que pintás la madera: es parte del barco y es necesario, y hay que agarrar el aceite quemado y pintar. ¿Me divierte? Un carajo. ¿Hay que hacerlo? OK, vamos.
—Hay muchos temas del disco que son esos que se te quedan pegados una vez que los escuchaste. ¿Cómo fue animarse a grabarlos?
—Lo que uno hace en la vida, yo por propia experiencia lo sé, tiene que ser sagrado. Porque cada segundo que pasa es un segundo menos. Yo estoy acá con vos hablando y sé que este tiempo no vuelve. Y queda menos tiempo. Por eso esos temas.
—Pero si lo ves así, ¿cómo lo aplicás a tu vida laboral?
—Alguna vez me desespero. Me asfixio apenitas, o me enfermaba. Pero cuando lo ves y de golpe aquel fin que veías tan lejano está a pocos metros, aunque no te des cuenta en el momento, y ese fin se vuelva a alejar y a convertir en una incógnita, te das cuenta de que tenés que trabajar. Pero lo quiero disfrutar mucho.
—¿Qué es más trabajo entonces? ¿Cantar o actuar?
—Es todo lo mismo. Nada es trabajo. Todo es una elección. Trabajar sería pasarla mal en el lugar donde estoy ocho horas por día haciendo algo que tengo que hacer casi mecánicamente, que es mi trabajo y no lo disfruto.
—¿Qué puede molestarte en tu trabajo, por ejemplo en “Farsantes”? ¿Qué te molesta y te hace decir: “OK, hasta acá llegué, no quiero perder tiempo de mi vida en esto”?
—Pueden ser un montón de cosas, pero a mí me gustan los grupos que… Mirá, te voy a contestar genuinamente para no darle vueltas a la cosa: tengo 24 años de carrera, del ’93 hasta acá, tengo todo ese tiempo que avala que me pueda quedar callado. ¿Qué es lo que me molesta? Preguntales a mis compañeros quién soy, cómo soy, cómo trabajo, cómo me gusta trabajar, quién abre la puerta y quién la cierra cuando soy el último en irse. Son muchos años y nos conocemos mucho todos. Todo ese tiempo me permite mantener un respetuoso silencio. Mi historia habla sola. Y la realidad habla sola.
—Y en esa seguridad, ¿fuiste muy autocrítico cantando esos clásicos?
—No a niveles nocivos. Pero sí, claro, lo soy. Soy amorosamente severo. Que es como me gusta que sean conmigo. Como quiero ser con mis hijos. Amoroso solo no sirve para un carajo; severo solo les caga la vida a muchos.
—¿Actor o músico?
—Me considero un bichito coherente. En coherencia con mi forma de actuar, con la forma en que escribo, con la forma de ser esposo, con la forma de ser padre, con la forma de ser amigo, con la forma de ser compañero de trabajo.
—¿Por eso, cuando te hinchás las pelotas, te hinchás las pelotas y punto?
—Ni siquiera se trata de hinchar las pelotas. Si cuando lo que estoy haciendo no justifica estar alejado de mis hijos, no vale la pena. Si tenemos que comer arroz pero estoy con mis hijos, ya está.
—¿Pensás mucho en ellos a la hora de un trabajo nuevo?
—Hoy puedo manejar un taxi. Hoy trabajo porque papá tiene que ir a trabajar. Estoy todo el tiempo trabajando. Pero vuelvo a lo que hablamos antes: me cuesta mucho decir que es trabajo; es una trampa. Es un trabajo muy hermoso. Es una dulce reflexión. Yo veía a Liniers, el dibujante, desde el Mundial, pero él no sólo sabe: un día alguien escribió una barbaridad acerca de mí, realmente fuera de lugar, muy feo, y él subió un tuit que, sin arrobarme, decía “qué estúpido de este tipo escribir semejante cosa y estúpido yo que pierdo el tiempo leyéndola”.
—¿Creés mucho en que la gente sabe quién sos?
—Creo mucho en una persona segura de sí misma que dice que es una estupidez. Una vez alguien publicó en una revista que a mí me habían dado el Martín Fierro por Yago por lástima porque había tenido cáncer. Yo no me olvido nunca. Cada vez que me lo cruce, hasta el día de mi muerte, lo voy a correr hasta la esquina por eso que escribió. Porque es una animalada. Le tiene que pedir perdón de rodillas a cada persona con cáncer, él que defiende tanto los derechos. Asegura que me pidió perdón en un renglón del número siguiente obligado por el editor o no, no importa. Hoy me puedo dar el lujo de plantarme ante cualquiera y no me importa quién sea, porque ya tengo la edad y además tengo la mano bien pesada para que cualquiera que rompe los quinotos, que viene a dibujar algo, con su escultura, que viene a ser peyorativo, le bajo los dientes. Con la misma bondad con que les acaricio la cabeza a mis hijos antes de ir a dormir. Digo, coherencia.
“Hay que romper el hielo del miedo”
—¿Sos más seguro de vos mismo como actor o como cantante?
—A mí me gusta mucho pensar que es como un subibaja y yo estoy en el medio, entre mi inseguridad absoluta y mi seguridad absoluta. A veces gana una, a veces la otra: yo trato de ir viendo en qué momento conviene, en mi vida, que eso ocurra. Yo quiero ser un buen ejemplo para mis hijos como mi viejo fue para mí. Cuando hago TV, en cualquier edificio que ves acá tiene a alguien que está solo y ve una historia que quiere contar ese pibe. Una forma de contar que empieza a tener una firma que te representa.
—¿El lado oscuro de eso?
—No tiene lado oscuro. No quiero lado oscuro.
—¿Por qué esos temas y en Sony?
—Los temas me enamoraron siempre. Yo conozco a la gente que está alrededor de este disco para que se llevara a cabo. En Vevo hay un video en el que estoy con mi perro haciendo video lyrics de Stand by Me. Yo prefiero pedir perdón que permiso. Si tengo que pedir perdón por grabar un disco, madre de Dios. El disco es un espacio de disfrute gigantesco. Ninguna compañía se tomaría el trabajo de publicarte un disco porque tiene ganas de hacer un chiste. ¿Sabés qué me conmovió? Se arremangaron y todos aportaron, del primero al último.
—¿Qué te enamora de algo?
—Hay que romper el hielo del miedo. Un día se acaba la vida. En el último minuto uno tiene que decir lo que lo deje en paz. Las últimas palabras de mi abuelo fueron hacia mi abuela, y le dijo “gracias por todo, vieja”. Ella le acarició la frente y él se murió. Ya estaba. No había nada pendiente.
—¿Vos tenés cosas pendientes?
—No. Tengo sueños. Pero no pendientes. Muchos sueños.