Además de figura ineludible del cine nacional, pobló el teatro de la Argentina y de Uruguay, y hasta fundó un teatro e hizo óperas.
Su vida artística y de afectos fue tan rica y variada, que si en su vida personal no tuvo hijos o no hizo públicas sus relaciones amorosas resulta algo completamente irrelevante. Al menos, para las multitudes que la admiraron y que justificaron plenamente ambas decisiones presidenciales: tanto Cristina Fernández como Pepe Mujica decretaron días de duelo en la Argentina y en Uruguay por la muerte de China Zorrilla el 18 de septiembre pasado. Había nacido en Montevideo en 1922 y allí decidió terminar sus días. Antes, en sus 92 años de experiencia –Pepe Soriano declaró: “China no era vieja, tenía años”–, recorrió un amplio espectro artístico, en el que vivió muchas vidas, como la de sus innumerables e inolvidables personajes. En cine, integró películas que marcan la historia del cine nacional, de la mano de los más prestigiosos directores: encarnó a Doña Natividad en Un guapo del 900 (1971, Lautaro Murúa); a Asunta Donato en La Maffia (1972, Leopoldo Torre Nilsson); en Señora de nadie (1982, María Luisa Bemberg) fue la madre que cobijó a la protagonista Luisina Brando, alejada de su marido engañador; Beba, en Ultimos días de la víctima (Adolfo Aristarain, 1982); en Darse cuenta (1984, Alejandro Doria), como maternal pero irónica enfermera, acompañó al médico Luis Brandoni; en Esperando la carroza (1985) fue Elvira, un personaje de culto, esposa tan manipuladora como cornuda; Emma Rieux, en La peste (1993, Luis Puenzo); vivió un amor con gran diferencia de edad, junto a Leonardo Sbaraglia, en Besos en la frente (1996, Carlos Galettini), y defendió la pasión, la desfachatez y la alegría durante la tercera edad en Elsa y Fred (2006, Marcos Carnevale).
Sin embargo, Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz, o sencillamente la China, estuvo muy lejos de ser sólo una actriz de cine argentino. Llegó hasta fundar un teatro –el Teatro de la Ciudad de Montevideo– y por supuesto fue una prolífica y constante presencia como actriz teatral. Habitó la cartelera tanto de la Argentina como de Uruguay –allí compartió escenarios varias veces con Margarita Xirgu–, así como también en Estados Unidos y parte de Europa, donde recibió parte de su formación. En Nueva York, con su amigo Carlos Perciavalle, hizo Canciones para mirar, de María Elena Walsh. Para muchas personas se lució sobre todo como actriz cómica, pero también fue parte de La Celestina, y de piezas de Berltolt Brecht, Federico García Lorca, William Shakespeare, Luigi Pirandello. De sus últimos trabajos, quedaron fuertemente en la memoria, por su calidad y por sus largas temporadas: Eva y Victoria, un picante e imaginario contrapunto entre Eva Perón y Victoria Ocampo; Perdidos en Yonkers, con Lydia Lamaison y otra de sus grandes amigas, Soledad Silveyra; Camino a la meca; y a los 90 años le dijo adiós a las tablas haciendo el clásico Las d’enfrente. En televisión, participó de Atreverse, Gasoleros, Los Roldán, Mujeres asesinas, entre tantas otras exitosas series. Montó óperas: en el Teatro Solís de Montevideo, en el Argentino de La Plata y en el Colón de Buenos Aires. Incluso ha sido reconocida y premiada por sus guiones y traducciones –la propia idea original para Darse cuenta, la lucha de un médico idealista por salvar a un paciente dentro del sistema de un hospital público, fue de ella–. Así pues, manejaba sabiamente la palabra, tanto escrita como oral, y tanto en el ámbito de la ficción como en el de los reportajes: las visitas de la China –un personaje ella en sí misma– a programas como los de Susana Giménez o Mirtha Legrand, colmaban completamente el contenido de la emisión y subían el rating de inmediato.