A propósito de la supuesta cama a Bianchi, conviene revisar un caso paradigmático, el de Antonio Gringo Weller.
Augusto Do Santos
Era un buen director técnico Antonio Gringo Weller, siempre lo fue; los resultados, a fin de cuenta lo que hace de uno bueno o malo en el fútbol para el ambiente, supieron acompañarlo. Sin embargo, los años no vienen solos y su última etapa como entrenador lo halló con ciertas ideas muy particulares que determinaron su derrotero; puntualmente, es llamativo lo que se puede averiguar de uno de sus últimos trabajos.
Pocos se explicaron su arribo al banco del humilde combinado de Trenque Lauquen, para disputar el olvidado torneo Buenos Aires Oeste, sobre todo teniendo en cuenta que su última experiencia había sido vistiendo el buzo de Platense y que, entre otras instituciones, había sido técnico de Ferro, Chacarita, Gimnasia y Esgrima de La Plata, Argentinos y Huracán.
En ese entonces, el Gringo Weller tenía 68 años y combatía contra varios achaques: se había encogido, no veía ni escuchaba bien y tenía incontinencia flatulenta. Pero, al principio, nada importaba: era una figura destacada que había elegido venir a engrandecer la tierra de Germán Lauro y Ernesto Tecla Farías. Aunque, además, la tercera edad haya aumentado al extremo una de sus características de siempre, la de la honestidad; sin ir más lejos, cuando el diario local le preguntó qué diagnóstico tenía del plantel de Trenque Lauquen él contestó: “El único diagnóstico que tengo es el de mi salud y no es muy alentador. ¿Cómo voy a tener un diagnóstico del equipo si me enteré hace una semana de que existe el club? Ni siquiera sé de qué color es la camiseta, pero seguro de que deben ser una manga de picapiedras”.
Si la dirigencia no rescindió el contrato en ese momento fue porque nadie leía el diario local y, de cualquier forma y en rigor de la verdad, los jugadores no eran para nada dúctiles; no por nada el apodo legendario de Los karatekas de Villegas. Lo primero que llamó la atención del plantel fue la presentación misma del Gringo: después de explicarles que, lamentablemente, el fútbol de hoy se había convertido en un deporte en el que ganaba el que mejores condiciones físicas tenía, y teniendo en cuenta que eran todos un rejunte de burros ya que eso explicaba que estén ahí y no en Juventus, hizo pasar a diecisiete mujeres subidas de peso que había reclutado en el pueblo, los hizo cargar en andas a una cada uno y los puso a correr alrededor de la cancha hasta que él se quedara dormido.
Al día siguiente, faltaban cuatro muchachos: según le explicó el capitán, Eduardo Tobillo Rizzo, se habían desgarrado con el ejercicio de ayer. Antonio Gringo Weller no se preocupó en lo más mínimo: le dijo a Rizzo que esos cuatro flojos quedaban afuera del equipo y que le pediría al presidente que incorporara reemplazos, considerando en todo caso poner a las cuatro mujeres con más bigotes del entrenamiento de ayer. Restaban doce días de pretemporada más, antes del inicio del torneo Buenos Aires Oeste, que esta vez Trenque Lauquen quería pelear.
En la tercera práctica, los futbolistas se vieron obligados a hacer un ejercicio cuya finalidad no comprendieron, a pesar de que Weller les explicara que era para manejar la presión. La mitad de los jugadores debía entrenar centros y cabezazos, y la otra mitad tenía que simular ser barrabrava e insultar a los otros y arrojarles piedras cada vez que no convertían; esta actividad particular se llevó puesto a un jugador más, que sufrió una contusión cerebral. Y, nuevamente, nuestro héroe decidió borrarlo de la lista del plantel por blando. Asimismo, dos jugadores sufrieron cortes y heridas de diverso grado por culpa de algunos compañeros que se tomaron demasiado en serio el rol de hinchas caracterizados.
A la mañana siguiente, el plantel fue citado a las cuatro y doce de la mañana, era el otoño del 46´: con la idea de controlar el flagelo del frío cuando llegara la etapa más cruda del invierno, los hizo poner a todos en calzoncillos, tomarse un jugo de naranja helado, formar una ronda en la mitad de la cancha y debatir sobre la conveniencia o necesidad del voto femenino. Mientras él, emponchado como para ir a Alaska, hacía las veces de mediador y disfrutaba de un mate con facturas; el debate en sí fue más rico de lo que hubiese esperado, lástima que se vio interrumpido varias veces por su incontinencia flatulenta, siempre inoportuna.
Hasta llegar al día del debut, el combinado de Trenque Lauquen siguió diezmándose y tuvo que soportar más de las exigencias de Antonio Gringo Weller: a algunos los convencía de separarse de sus mujeres, a otros de renunciar a sus trabajos; los hizo cortar el pasto con los dientes, pintar las líneas de cal con lápices de colegio y memorizar la totalidad de los nombres y apellidos de todos los planteles de los equipos del campeonato. Lo máximo fue la charla técnica antes del debut: les dijo que, como no eran sino una banda de perros, deberían usar la estrategia que él llamaba “Laxante” y que consistía en meterse todos atrás para tratar de que no les hicieran goles y, tal vez, embocar alguno ellos en un contragolpe aislado. Para ello, puso dos laterales y cuatro centrales abajo; dos volantes centrales y, como únicos autorizados para cruzar la mitad de la cancha, dos volantes por las bandas.
No obstante, la experiencia revolucionaria de todos los esquemas conservadores que forjó el Grindo no fue más allá de ese primer cotejo, ante el pobre equipo de Guaminí, que le metió trece goles de visitante. En rigor de la verdad, Guaminí hizo siete goles; los otros seis fueron en contra. A pesar de la evidencia de que los jugadores de Trenque Lauquen pretendían voltear a su entrenador, cuando finalizó este partido bochornoso y el diario local le preguntó si se trataba de una cama, Antonio Gringo Weller no dudó: “Para nada, estos muchachos en primer lugar son honestos como yo. Pero, sobre todas las cosas, son muy horribles. Yo creo que nos hicieron precio”.
El resto es historia: esa misma noche, el presidente llamó al representante de Weller, Luciano Perro Machado, y acordó el fin del contrato del entrenador. Sin embargo, todavía quedaban en el camino algunas instituciones más a las que Gringo llevaría sus mujeres gordas, sus jugos de naranja helados a las cuatro y doce de la mañana, sus estrategias ultraconservadoras y sus incontinencias flatulentas. Por su parte, la suerte de Trenque Lauquen no cambió mucho a partir de su alejamiento: en esa temporada, quedó último cómodo y el diario local llegó a publicar una columna en la que se quejaba del poco tiempo que le dieron de trabajo a una figura de la talla de Antonio Gringo Weller.
(*) especial para 442