Mientras ofrece en Buenos Aires las funciones de The Old Woman, el bailarín, actor y productor repasa su carrera, recuerda a Julio Bocca y elogia la vida cultural de Buenos Aires.
Mikhail “Misha” Baryshnikov, el ícono del ballet en el mundo, vigente y activo a sus 66 años, hace rato que no sólo se dedica a la danza, sino también a la actuación y a la producción. Estos dos rubros son los que aporta a The Old Woman, pieza que se ve en el Teatro Opera hasta el 31 de agosto. Allí actúa junto a Willem Dafoe, bajo la dirección de un genio de la escena, el norteamericano Robert “Bob” Wilson, a partir de textos de Daniil Kharms, un autor ruso del siglo XX, con elementos del absurdo.
—¿Cómo surgió hacer “The Old Woman”?
—Durante muchos años, buscamos con Bob un proyecto. El trajo la sugerencia de trabajar con pequeños textos de un escritor ruso. Con Dafoe, Bob ya había trabajado en un proyecto anterior [The Life and Death of Marina Abramovic]. Y así es como este proyecto salió adelante.
—¿Cómo fue su transición de bailarín a actor?
—En realidad, yo he trabajado en teatro en los comienzos de los 80. Tampoco ésta es mi primera producción teatral. Hice, entre otras cosas, obras de Chéjov [la reciente puesta Man in a Case, donde Baryshnikov actúa y produce]. También participé en cine. Haga cine, teatro o danza, me tomo todo muy seriamente. Se trata siempre de actuar, dar funciones. De ballet, veo poco, sólo en ocasiones; estoy más interesado en trabajos contemporáneos. Ahora hago más teatro, aunque en ocasiones también participo de proyectos de danza. Lo que venga, “a mi manera” [un guiño que recuerda cuando Baryshnikov, junto al American Ballet Theatre de Nueva York, bailó canciones de Sinatra coreografiadas por Twyla Tharp].
—También participó en capítulos de “Sex and the City”. ¿Haría algo similar?
—Sí, si me interesa el director y si el proyecto es serio, por supuesto, puedo estar sin problemas.
—¿Qué siente presentándose en la Argentina?
—Yo vine a trabajar a la Argentina durante muchos años. ¡Creo que no tengo que demostrarles ya que me encanta ir a la Argentina! Vine con diferentes proyectos: con ballet clásico, con un programa de George Balanchine, también haciendo danza contemporánea [en 2010 mostró Solo for Two, coreografía del sueco Mats Ek, para dos bailarines maduros: Baryshnikov y la mujer de Ek, Ana Laguna], y ahora con teatro. Es un lugar fantástico, con una extraordinaria herencia cultural y un público estupendo. ¡Y además de todo esto, es el lugar de Gardel, así que no se puede pedir más argumentos!
—Entre 1980 y 1990, usted dirigió el American Ballet Theatre. ¿Cómo evalúa ese período?, ¿se siente satisfecho?
—El ABT fue muy importante durante diez años de mi vida. Allí me desarrollé lo más posible. Acompañé a varias generaciones de bailarines. También trabajé con varios coreógrafos en la compañía. Pero no sé si estoy satisfecho con lo que hice: es algo complejo como para pensarlo en una entrevista. En todo caso, nunca estoy satisfecho con nada de lo que hago.
—En 1986, Julio Bocca ingresó al ABT bajo su dirección, y allí bailó hasta su despedida: ¿cómo lo recuerda?
—Con él nos conocimos cuando yo dirigía el ABT, poco después de que él ganara la fantástica competencia en Rusia [se refiere al 5º Concurso Internacional de la Danza de Moscú, donde Bocca se impuso en 1986, en un pas de deux con Raquel Rossetti]. Nos hicimos amigos y yo lo llevé al American Ballet y lo apoyé en su carrera. Lo que puedo decir de él, sobre todo, es que es un fantástico bailarín.
—¿Qué opina de los bailarines que se retiran y dejan de bailar?
—Dejar de bailar o continuar es una decisión individual. También depende del tipo de danza en la que uno está involucrado y del tipo de proyectos que uno encara. De todos modos, nada es para siempre, si bien, por ejemplo, en flamenco es posible encontrar gente madura bailando.
—¿Quiénes son sus maestros, sus referentes en el arte?
—¡Oh, por Dios! Centenares de personas… Tengo influencias de mis maestros, de personas que estuvieron conmigo en mi temprana niñez. Algunas muy conocidas, y otras de las que nadie reconocería sus nombres. Todo ello hizo que a los 9 o 10 años yo dijera que quería ser bailarín. No sabía qué tipo de danza, ni dónde ni cómo. Fue algo que reconocí en mí mismo a esa edad y eso me llevó a una audición, a una escuela, a aprender. Así fueron los comienzos de esta historia que me trae hasta aquí: sigo trabajando con el arte. He sido un privilegiado en todo lo que hice y lo agradezco cada mañana cuando me levanto.
—¿Qué lugar ocupa el arte en sus consideraciones y, en particular, cómo lo observa en su funcionamiento en Estados Unidos?
—La educación artística es una de las áreas más importantes para el desarrollo de los niños, como el agua o la comida. Sin arte (artes visuales, música, literatura…), los seres humanos seríamos simplemente animales. No puedo imaginar una vida sin arte. Lo que de esto hay en Estados Unidos nunca es suficiente. El arte se organiza según diferentes sistemas políticos, que varían en cada estado. El arte a menudo se sostiene sobre los hombros de corporaciones o individuos privados. Y siempre hay una lucha por conseguir más dinero para las escuelas de todos los días: la prioridad del gobierno público siempre deben ser los niños y su educación.