Dice que Relatos salvajes habla de la Argentina de siempre, se refiere al episodio en el que la grúa porteña le llevó el auto, y asegura que somos tolerantes ante los atropellos del poder.
Por el formato, no creo… no… no lo sé, estoy guitarreando. Pero yo le tengo una fe ciega a la película”, así responde Ricardo Darín sobre las chances en los próximos Oscar de Relatos salvajes, el esperado retorno de Damián Szifrón al cine, una antología que fue catalogada por Variety, tras su paso por la competencia de Cannes, como “un perversamente delicioso compendio de seis cortos autoconclusivos unidos por la venganza como tema”. Pero la película, violenta con sonrisa, fascinada con sus propios seres comunes que explotan (Darín, parte de un dream team actoral, es alguien que se lleva pésimo con las grúas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y hace algo al respecto), ha sido leída en
términos de la situación
actual argentina.
—Tu historia es la más cercana a nuestra idiosincrasia, con las grúas y la burocracia inhumana para retirar el auto.
—No, no. ¿Y la historia del candidato a intendente? Todo pasa en todas partes. Es aplicable a todos lados. La película es un ejercicio de la naturaleza humana llevada a situaciones límite. Situaciones donde generalmente desensillamos.
—¿Pensás, entonces, que los que estamos violentos somos nosotros como sociedad y buscamos ver eso?
—No, no, no. No somos tan violentos. Sí hay una carga. Los noticieros están especialmente dedicados al enfoque tremendista. Yo veo noticieros en todo el mundo y hay distintas secciones: internacional, local, sociedad, política, economía. Acá, la sensación que tengo, sin que se ofendan los colegas de los noticieros, es que hay una tendencia a, primero, novelar la noticia (algo que me molesta bastante: hasta van a un corte para seguir la noticia después, más de novela que de realidad). Creo que eso pasa porque hay gente cargada. Pero, por el contrario, somos bastante mansos, bastante tranquilos. Nunca falta un pelotudo que se zarpa y mata a un chico por una bicicleta, cosas que no podés creer.
—¿Les dio miedo esa comparación con la Argentina? ¿La vieron venir?
—Szifrón es tan fiel a sí mismo que va por encima de todo. La película no está tratando de hacer una radiografía de la Argentina ahora mismo, está hablando de cosas que pasan en la Argentina hace cincuenta años y quizás no se corrigen. Y no sólo en la Argentina, en el mundo. Pero Latinoamérica, en general, tiende a potenciar esas cosas por la relación que tenemos con las instituciones, los milicos, la policía, que es distinta a la de todos los lugares del mundo.
—Pero hay mucho, en tu historia en “Relatos”, de la humillación, y en lo que hablamos…
—Claro, con el sometimiento, con la burla. No tengo dudas, la película es polémica, y bienvenido sea. Por eso creo profundamente en la película como reflexión: ¿dónde te parás enfrente de esos eventos?
—Tu personaje tiene un problema con el Gobierno de la Ciudad y el sistema de acarreos de automóviles.
—Este tipo está fuera del sistema. No todos piensan eso. El está peleado con la ciudad de Buenos Aires o con la de Nueva York. Una situación sin derecho a réplica genera una exagerada defensa de lo que es el derecho del ciudadano.
—La otra vez contaste de un brote que te agarró porque llegaste justo cuando te estaban llevando el auto, con los empleados levantándote el auto, y vos venías de una comisaría por un trámite. Que te pusiste tan mal que al final dejaron el auto.
—Yo puse el dedo en la tecla: había pasado un minuto. No se puede ser tan hijo de puta. Un minuto. Alguien que puso un estacionamiento pago por más de tres horas, en este caso yo, y me lo querían llevar al minuto.
—¿Como ciudadanos estamos muy pisoteados?
—Todo el mundo nos cuenta nuestras obligaciones, pero nadie nuestros derechos. Te la tenés que rebuscar solo o
con tu gente.
—¿En qué fallamos como ciudadanos?
—En que nosotros somos de aguantar. Todavía seguimos arrastrando cierto complejo añadido de la época dura, de la dictadura, que frente a las instituciones el ciudadano sabe que no corre con ventaja. Entonces, hay un cierto apichonamiento. Como no querés entrar en quilombos, entrás en el pague primero y pregunte después, que es perverso. Desde todo punto de vista, porque todos sabemos cómo funciona. Es un tema cultural, de educación, de costumbre, de reunión, de confianza. La confianza sólo se consigue en un asentamiento social: no me tengo que sentir un héroe porque le digo a alguien que deja que su perro cague en la puerta de mi casa que levante eso. No es un chiste. No es una broma.
—Ese es un gran ejemplo: si no podemos juntar la caca de los perros, no podemos nada.
—Es bravo. Pero yo empezaría por la senda peatonal. Quiero que la gente pare su vehículo para que crucen los peatones. Yo paro siempre. Y no te confían. O atrás tenés tres energúmenos que te tocan bocina. El poderoso tiene que ser el prudente. Tenés que frenar y dar el paso.
—Que se hable del Gobierno de la Ciudad por tu historia, y considerando tu cruce con Cristina, ¿te da miedo ese lugar desde donde se te ve ahora?
—Yo sé lo que piensa el oficialismo de mí. Hay un impostor en Facebook que me ha robado el nombre. Hay seis, pero este es altamente tóxico. Es facho, es golpista, y la última declaración que dice menciona barbaridades inaceptables. Si doy explicaciones por eso, le doy manija a lugares donde no llega. Entonces me dicen “pero el Gobierno va a pensar que sos vos”. No. La gente sabe quién soy yo. Eso no lo digo. No lo pienso. No lo quiero. Además, no me preocupa de verdad: lo que ocurrió fue más lo que se lo utilizó de un lado y del otro que la realidad de la cuestión, que devino anécdota. Me abrazaban por la calle creyendo que era el adalid de la oposición.
—¿Cómo te sentías en ese lugar?
—Muy incómodo. Me abrazaba gente a la que yo no abrazaría.
—¿Qué necesidades tiene el cine argentino?
—Tiene necesidades que se están cubriendo. Hay tipos muy interesantes en el cine argentino. Hay que darle más bola desde el aspecto institucional, aunque cada vez que lo digo recibo una carta del Incaa que dice “estás meando fuera del tarro, esto no es así”. Siempre recibo una carta: el otro día dije lo de los wichis, en Salta, con la deforestación, y me llegó la carta de la Secretaría de Medio Ambiente, muy respetuosa. Como si yo fuera un técnico. En palabras de Eric Clapton: yo soy el mensajero. Pero no en contra de nadie. No es para cagar a pedos a nadie. O lo caguen a piedrazos. Para que nos dejemos de joder. En definitiva, estamos hablando de lo que va venir, que vamos a dejar en este mundo. Nadie se tiene que ofender. Tenemos una capacidad de ofensa los argentinos de la gran puta. “Ay, me dijo malo”. Es paradójico que unos tipos que hacen una utilización tan perversa de la palabra boludo y pelotudo se ofendan con tanta facilidad. Tendríamos que ser más indios, más genuinos. Eso sí, la carta la voy a contestar. Todos queremos que las cosas funcionen bien ¿o no?
“Chino es un discutidor”
—¿Hay alguna película soñada por Darín?
—Sí. Un tipo que está peleado con el sistema, herido por el sistema, cascoteado. Y decide agarrar el atajo y se convierte en un náufrago dentro de la ciudad. Tengo varias escenas escritas.
—¿Cómo te sentís con el cine?
—Un poco cansado de laburar. Laburo mucho. Está mal decir eso. Pero es entendible. Soy una máquina de laburo. Aparte, lo incómodo del bronce, porque no es real, no es justo. Eso es un chamuyo. Es incómodo.
—¿Cómo lo ves a Szifrón?
—Es un crack. Es muy joven. Eso es muy bueno y muy riesgoso. Está muy de ida y eso es muy bueno. Tiene historias buenas en la cabeza. Todos deseamos que signifique para él la confianza en sí mismo para seguir atreviéndose. Es filoso. No está casado con nadie. Yo hice retomas cuatro meses después de filmar. Y vos decís ¿qué? Puteé. Y tenía razón él.
—¿Cómo viviste el papel y éxito de “Muerte en Buenos Aires”, con tu hijo como uno de los protagonistas?
— Estábamos cagados en las patas. Lo vi muy bien parado. El estaba cortando clavos con el culo. Con el Chino discutimos un huevo. Es un discutidor profesional. Nos enfrentamos y le pasamos factura al otro si tenemos razón.