Hace nueve años tuve mi primera audiencia con Estela en las viejas oficinas de Abuelas, que quedaban en avenida Corrientes. Me preguntó cómo estaba mi vieja (una de las asistentes sociales involucradas en las primeras restituciones de los nietos en democracia) y cómo estaba mi viejo (juez en el juicio a las juntas militares). Yo estaba haciendo un cortometraje de ficción que planteaba lo difícil que era para un chico de casi treinta años aceptar su propia identidad, y quería compartirlo con ella. Estela festejó y agradeció esto y me pidió si por favor les podía dar el material una vez terminado. A los pocos meses terminé el cortometraje Identidad perdida, mi ópera prima. Les llevé centenares de dvds, subtitulados en inglés y francés, para que les sirvieran para seguir contando su lucha. Empecé a visitarla casi semanalmente. Ella y las demás abuelas me fueron contando sus vidas.
De a poco fui pensando y sintiendo que la historia de estas pequeñas, pero tan grandes mujeres tenía que ser contada íntimamente, y que si lograba mostrar la vida de todas ellas a través de la vida de Estela, el material podía marcar la diferencia. Durante tres años intenté convencer a Estela para que me permitiera contar su vida en una ficción para cine. Ella me explicaba que se sentía una mujer común y que en todo caso lo digno de una película era la lucha de Abuelas. Yo retrucaba que necesitábamos contar la historia de esa mujer común para que no sólo más personas pudieran entender y acompañar su lucha, sino para que además los chicos que tuvieran dudas sobre su identidad las conocieran, y lograr acercarlos a Abuelas.
Más allá de la negativa, yo registraba nuestros encuentros. A veces con una cámara, otras escribiendo en una esquina –no bien salía de la sede de Abuelas o de su casa–, todo lo que ella me contaba sobre su familia y cómo vivieron los últimos cincuenta años. Y llegó el día en que me autorizó a hacer la película. Mi insistencia había dado frutos. En definitiva era lo que ella me enseñaba en cada reunión: seguir golpeando puertas por más que se nos cierren en la cara, seguir hasta que logremos lo que nos proponemos. En 2011 el sueño de ver la historia de Estela en una película se cumplió.
Desde que me dijo que sí hasta que empezó a producirse la película, nos seguimos encontrando con ella y con sus hijos para seguir armando el rompecabezas de sus vidas. Así fue que conocí a Laura y a Guido, su padre, a través de los relatos de Estela. No puedo dejar de pensar en la vez que Estela y Guido adolescentes fueron al cine a ver la película Laura, de Otto Preminger (que cuenta sobre un detective investigando la muerte de un personaje llamado Laura) y, en medio de la proyección, Estela le susurra a su novio que quería que su primera hija se llamara como la protagonista. Pienso en cómo Estela me relató la búsqueda de su primer desaparecido: su marido. El encuentro entre ella y Laura en donde le suplicó que se fuera del país, y donde ella le dijo que eso nunca iba a pasar, sabiendo que iba a dar su vida por sus ideales. Recuerdo cuando Estela y Guido se enteran de que Laura, ya secuestrada, estaba embarazada y que si era varón se iba a llamar Guido como su padre. En la vida de Estela, de su familia y de las Abuelas hay muchísimos momentos trascendentales, que con los guionistas de la película seleccionamos cuidadosamente para poder contar Verdades verdaderas.La vida de Estela.
Este 5 de agosto entré a Abuelas como tantas otras veces, pero era diferente. Me asomá a la puerta de su despacho y ahí estaba ella sentada, sonriendo. Nos miramos y no hizo falta que dijéramos nada. Nos abrazamos. Ella me agradecía por haberla ayudado, yo entre lágrimas de felicidad y angustia le decía que yo tenía que agradecerle a ella y a las Abuelas por todo lo que habían hecho por nosotros. Fue la vez que más joven y feliz la vi. Me mostró dos fotos de Guido. Me contó que era músico, de Olavarría, y que él la había buscado. Me dijo dos o tres veces que eran parecidos. Muchas veces habíamos fantaseado juntos con el encuentro que ellos iban a tener, pero todo lo que esa tarde la vida le estaba regalando era inimaginable. Esa tarde ya no éramos los mismos que 9 años atrás. Yo había tenido la dicha de haber podido reflejar su vida en una película, de contar con su amistad y de sentirme parte de su familia.
Ella después de 36 años de caminar sin parar, conocía la cara que tenía su nieto. Esa noche “mi abuela” iba a dormir sabiendo dónde estaba Guido. Esa noche los dos íbamos a soñar con el abrazo que se dieron al día siguiente.
*Cineasta, autor de Verdades verdaderas. La vida de Estela.