Cardiólogos, plomeros y curas, en algo nos parecemos

p2-1 3-8-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

Una vez un médico cardiólogo me hizo escuchar una grabación de latidos de distintos corazones. Me hacía notar en unos el ritmo parejo, algún soplo en otro, la aceleración del pulso o la nitidez… y después me comentaba de los diagnósticos de cada caso, los daños en el lugar propio del corazón o de arterias. Él mismo me decía que la tarea de los sacerdotes se parece mucho a la de él. Nos toca «auscultar» de alguna manera el corazón humano, sus búsquedas y anhelos, sus fracasos y decepciones, los riesgos que enfrenta. Esta capacidad de discernimiento no es sólo hacia las personas, sino también de las comunidades: las Parroquias, las Diócesis, las comunidades educativas o religiosas, etc. Y además, de la sociedad, la ciudad, el país, el mundo, en su más amplio sentido. Como monseñor Enrique Angelelli decía: «Con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio». Sé que lo que te voy a decir puede sonar audaz, pero no por eso es menos cierto. También debemos «auscultar» el Corazón de Jesús. Si prestamos atención vamos a escuchar que sus latidos de amor quieren llegar a todos los hombres. Son necesarias ambas escuchas.

 

Somos amigos de Jesús para los hermanos, y amigos de los hombres ante Jesús. Los sacerdotes debemos ser plenamente hombres y solidarios con la humanidad entera ante Jesús. Y debemos ser hombres de Dios para la humanidad. Debemos ser hombres de diálogo y cercanía con los hermanos y de profunda oración con Dios. Nada nos aísla o enajena de unos y Otro. Francisco acuñó una expresión muy significativa, y nos dice que debemos ser «pastores con olor a oveja», y podemos completar diciendo que como consecuencia las ovejas deben tener olor a Cristo Buen Pastor por tenerlo cerca. Una hermosa canción nos expresa con emotiva belleza: «He despertado en el redil, no sé cómo, entre abordones y cuidados del Pastor… tengo vida, tengo dueño y soy querido». Una hermosa evocación del Salmo 22. Nuestro Papa también nos enseña que la alegría de la misión que se nos confía nos hace «personas -cántaro», facilitadores de la gracia. Somos como buenos plomeros que se aseguran que el agua circule con abundancia para saciar la sed. No somos dueños del agua, ni sus dueños o burócratas. En el buen sentido de la expresión, estamos familiarizados con las «cosas de Dios», para servir a la fe de nuestro pueblo.

 

Como hijos en la carpintería del papá, que reconocen el nombre y la finalidad de cada herramienta. El origen de esta vocación sacerdotal es el amor a Dios por su pueblo. El profeta Jeremías dijo de parte de Dios siglos antes de Jesús: «Les daré pastores según mi corazón». (Jr. 3,15) Por eso a Pedro, después de la Resurrección, en el momento de confiarle el cuidado de la Iglesia lo interroga acerca del amor. «¿Pedro, me amas?» (…) «apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15 ­ 25). Mañana, 4 de agosto, celebramos a San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes. Él es un modelo de entrega generosa a Dios y los hombres. En nuestras tierras, también el Beato Cura Brochero nos enseña a ser generosos y audaces en la misión. Él supo acercar varones y mujeres de su tiempo especialmente a los pobres al corazón de Jesús por medio de la predicación ferviente de los ejercicios espirituales y el testimonio de su vida pobre y entregada. Enfermos, pobres, pecadores, todos tenían lugar en su amor de padre, evocando la figura del Buen Pastor que busca y carga con ternura la oveja encontrada.

 

Una evangelización que también fue promoción humana buscando para su pueblo educación, caminos, el ferrocarril. En esta semana, el 7 de agosto, celebramos a otro sacerdote santo, San Cayetano, intercesor y patrono del pan y el trabajo. Recemos por los sacerdotes del mundo entero y por aquellos que en concreto nos acercan a Jesús en nuestras comunidades. Somos caminantes por siempre, buscadores de horizontes, rastreadores de las huellas del Maestro, humildes peregrinos, viajeros en esperanza, dice más o menos así una canción que escribió justamente un sacerdote. Y también somos frágiles, limitados, pecadores. Sé que no siempre reflejamos el rostro de Jesús Buen Pastor. Pido perdón a Dios por nuestro pecado o cerrazón de corazón que aleja a algunos del Amor del Padre, o por las veces en las cuales somos obstáculos más que puentes. Te pido por favor una oración especial por los que sufren la violencia de la guerra y la persecución religiosa.