Sin él, el fútbol argentino pierde la brújula que lo guiaba. Puede irse nomás, estimado Grondona. Misión cumplida.
Edgardo Martolio
La noticia es pésima aunque la mayoría la celebre. Un gran escritor y dramaturgo brasileño, Nelson Rodrigues, acuñó la sentencia “toda unanimidad es burra”. En pocos casos existiría mejor oportunidad para aplicarla que esta. La muerte de Julio Humberto Grondona es el principio del fin del fútbol argentino tal como lo conocemos: entre los más competitivos y ganadores del mundo.
Los irracionales -que repiten lo que los muchos que no pudieron sacarle nada dijeron, dicen y dirán por radio y la libertina internet-, conmemoran. Sólo les falta dar una vuelta olímpica. Y está bien que lo hagan porque hoy los perdedores están en su derecho, al fin y al cabo murió quien los separó de los negociados que hacía o quisieron hacer. El hombre que de algún modo, dentro de lo que el país y los gobiernos permiten, ordenó el históricamente desorganizado fútbol nacional, ya no estará para impedirles actuar. Muerto el perro se acabó la rabia decían en otros tiempos.
Ahora pueden calumniarlo, de eso se trató hasta hoy ya que la Justicia en más de tres décadas de falsas denuncias, nunca pudo comprobar nada ni condenarlo jamás. Grondona murió limpio para dolor e ira de quienes hicieron de su difamación un deporte, sabiendo que Don Julio no les iba encima, no se tomaba revancha, no los procesaba. Su desquite siempre fue desmentirlos en Tribunales; con eso le alcanzaba aunque fuese desgastante. Ganador nato jamás se ocupó del universo de resentidos que quisieron chuparle las medias y descubrieron que andaba descalzo de presunción, que no quería adláteres, que le espantaba contaminarse de quienes dicen una cosa y hacen otra.
Su último aporte al fútbol argentino fue el vice-campeonato mundial en Brasil 2014, ahora nomás. Sin Grondona la Selección no llegaba a Cuartos de Final. Se ocupó de que nada ‘raro o fuera de lugar’ le pasase al once de Sabella y en la Final puso -sí, lo puso él-, al único árbitro que no ayudaría a los alemanes bajo ninguna circunstancia. El italiano Nicola Rizzoli. Obvio que no podía hacer los goles que Higuain erró ni las gambetas que Messi nos escondió. Pero trabajó como nadie para morirse viendo a su Argentina otra vez campeón mundial, como ya lo había sido en su mandato (1986), sin ayuda militar (1978). No descansó un segundo. Su cargo de vicepresidente de la FIFA le permitía estar cerca y atento a cada detalle que pudiese perjudicar a su querida Selección. Sabía que era la única chance, no apenas por él, ni por su salud, sus años, también por las fragilidades de la Selección: era ahora o nunca. Casi lo logró. Será nunca. Nunca más la Argentina será campeón mundial. Créalo.
Sin Grondona el fútbol argentino pierde la brújula que lo guiaba. En el ámbito internacional podría decirse que se va el máximo goleador histórico de la albiceleste. El miembro más ganador de todas las delegaciones que ya viajaron por el orbe con el escudito AFA en el pecho. En el panorama local se aleja para siempre el conciliador, el único que podía juntar a River y a Boca en una misma mesa y hacerles entender que lo que era bueno para uno también lo era para el otro. Su capacidad de avenencia era tamaña que hubiese podía juntar, en paz, a judíos y palestinos. En la FIFA cuando se necesitaba discutir cualquier cosa específica de fútbol se recurría a Grondona. En la AFA más aún, Grondona era todo, hasta el que recibía las cachetadas por representar, sin quejas ni reproches, a dirigencias mal preparadas para el buen tiempo, ni que hablar a la hora de las tempestades.
El periodismo maniqueo le criticaba uno de sus tantos méritos, ser vice-presidente de la FIFA sin hablar inglés. Había una razón por la que no le era necesaria la lengua de Shakespeare, que me la explicaron otros dirigentes de la entidad con sede en Suiza cuando el Mundial de Sudáfrica: “Grondona no precisa hablar inglés… Es al revés, los demás necesitan saber español para hablar con él; al fin de cuentas la FIFA por más entidad recaudadora que sea, es una organización futbolística y el único que entiende de fútbol es él”. Hoy, entonces, hasta la FIFA sentirá a este hombre que surgió en la ignota Sarandí y le ganó a todos desde una ferretería heredada, aunque a la mayoría le duela su triunfo: no es solo en la Argentina, en muchos países latinos la victoria no parece merecida si la consigue quien viene de abajo, sin doble apellido, sin historia familiar noble, sin universidad americana en su currículum. La mediocridad mide con sus propios parámetros, por eso jamás se ‘amilanó’ frente al destajo maledicente de quienes retrocedían paralelamente a su ascenso.
Julio Humberto Grondona, además, tenía una virtud poco ‘argenta’: no ‘mandaba en cana’ a nadie. Si hubiese contado el 5% de lo que sabía, de lo que vivió, de lo que arregló, de lo que corrigió y de los que salvó, media nación futbolera estaría escondida en alguna alcantarilla suburbana nada más que por la vergüenza que sus desvergüenzas les generarían (¿sí, se constreñirían moralmente?: pensemos que sí). Guardó todo para él, ni a sus hijos le contaba todo. Se lo llevó todo a la tumba. Se le puede criticar que defendió a indefendibles, pero no lo hizo por la persona física, por el particular, lo hizo por el club que ese dirigente representaba. Para Don Julio, como irónicamente lo llaman algunos y respetuosamente le decían quienes sucumbían ante su carisma e inteligencia, primero estaba el fútbol local, igualando al club más grande con el más pequeño; segundo estaba el fútbol local y tercero también. En eso era obsesivo.
Su famoso anillo egipcio de ‘todo pasa’ fue uno de los mensajes más claros que dejó. De verdad: todo pasa; quien manda es el tiempo, entenderlo es manejar el tiempo de alguna manera. Y él lo manejaba. Sabía que el sinsabor de hoy se revertiría en algo mejor mañana. Ayudó más a Racing que a Independiente, porque no quería que nadie le reprochase ventajas para su club. Con Grondona en la AFA fueron, cíclicamente hablando, los peores años del ‘Rojo’, pero nadie lo dice. Cuando Arsenal, su otro club, el verdadero, fue campeón de la Sudamericana no influyó en nada, ese Arsenal fue legítimo campeón: Grondona temía que el éxito llevase al modesto club a la bancarrota, a que los actuantes de turno ‘se la creyesen’ como le pasó a muchas otras entidades, como al Estudiantes de la Plata de don Mariano Mangano que terminó suicidándose por causa de su club, cuando el ‘Pincharrata’ se convirtió en estrella mundial: ganó tres impensadas Libertadores y una Intercontinental que le costaron la vida…
Su legado no será aprovechado porque falta substancia. No hay grandeza en la dirigencia patria para capitalizar esa herencia. Ojalá me equivoque y aparezca algún ‘tapado’, pero la pequeñez nacional también está en el fútbol. Grondona era la mosca blanca. Si le devolviesen un favor por día, de todos los que hizo en su prolongado mandato, sería eterno, necesitaría varias vidas para recibirlos a todos. Duele saber que la mayoría de los beneficiados callen porque ‘queda mal hablar bien de Grondona. La cobardía le pertenece al humano y se hizo carne en el Cono Sur. No recibirá los homenajes que merece ni será recordado por lo bueno que calló. Apenas lo seguirán mencionando arteramente por lo que nadie comprobó. Lo dijo Friedrich Nietzsche: “Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos”.
Hace poco, en otra columna, con Grondona vivo, dije que ni el Papa Francisco podría sucederlo porque, por ejemplo, el día que San Lorenzo sea campeón dirán que hizo algún arreglo con Cristo aunque siga crucificado. Pero… Llegó la hora de sustituirlo. Comienza el baile. En la FIFA no volverá a existir otro vicepresidente argentino por tantos años que ninguno de los que lea esta columna lo verá. Y en la AFA, viudas, herederos, amigos ingratos, enemigos solapados harán cola para enjugar una lágrima que no pueden derramar mientras con el otro ojo mirarán el sillón vacío para sentarse antes que los demás y empezar a destruir lo poco que Grondona consiguió sostener en pie. No nos olvidemos que el fútbol argentino, imperfecto si los hay, es de lo mejor que existe en este país donde ya casi nada existe. Así, la tarea es tan difícil como inapropiada para quienes la entablarán.
En un mes y medio iba a cumplir 83 años; de ellos pasó 70 vinculado al fútbol, primero como jugador después como dirigente. Hacía tres meses que había cumplido 35 al frente de la AFA, donde ganó 11 títulos internacionales (una Copa del Mundo en 1986, dos Copas América en 1991 y 1993, dos oros olímpicos en Atenas 2004 y Beijing 2008 y seis Mundiales Juveniles en 1979, 1995, 1997, 2001, 2005 y 2007) fuera los subcampeonatos, eliminatorias y otras yerbas de la Selección más todo lo que le hizo cosechar a los clubes argentinos en Libertadores, Sudamericanas y Cía. Jugó nueve mundiales y empleó a diez técnicos. Vio morir a tres Papas durante su gestión, lo que de por sí indica que no estuvo de paso y que Dios lo aprobó. Dejó su marca. Envidiable marca. Y a fuego.
Puede irse nomás, estimado Grondona. Misión cumplida. Deje que ahora me insulten a mí por decir quien realmente fue usted. Permitámosle creer, a esa turba poco informada (¿por qué no tratarlos con elegancia?), que mis elogios tienen algo que ver con lo indebido, es propio de la náusea que generan cuando acusan aunque más no sea por proximidad. No estaré en su entierro, la distancia y la ingrata agenda me lo impiden pero lo recordaré cada vez que nuestro fútbol dé un paso hacia atrás. El cangrejismo comenzará a andar antes de que cierren su cajón. Es así. Ya sé que usted lo sabe mejor que yo. Como también sabe que nadie conseguirá defender al fútbol de la manipulación de los gobiernos de turno (a usted le coquetearon quince, nada menos) como lo hizo en su ciclo, aunque ahora en el final, haya accedido al torneo de 30 clubes que, los del fútbol, sabemos es lo opuesto de lo que se debe hacer. Todo bien. Todo pasa. Sentémonos para ver el chancho pasar…
IN TEMPORE: El luto que sus sucesores decretaron incluye parar el fútbol este fin de semana. No lo conocieron ni lo intuyeron. El luto que a Don Julio Humberto Grondona le gustaría ver es el de todas las canchas llenas y mil partidos a todo vapor. ¡Despierten señores que ya lo dijo Antonio Machado, aunque sea bueno soñar, lo mejor de todo es despertar!