Ante los casos de conmoción cerebral que sufrieron varios jugadores en Brasil, ¿qué debe hacer la FIFA?
Juan Manuel Herbella
No es lógico que habiendo sido el momento más trascendente de su vida deportiva, un par de días después no fuese capaz de recordarlo. Ni el tiempo ni las imágenes le permitieron recuperar esas vivencias, para ocupar el vacío temporal de su memoria. Era la quinta vez que se ponía la camiseta de su selección, justamente en la instancia más relevante para el equipo de las últimas décadas. A priori no iba a estar en la alineación titular pero la lesión de un compañero, durante el precalentamiento, le abrió un lugar entre los once. Sólo habían transcurrido diecisiete minutos de juego, cuando fue en búsqueda de una pelota cerca del área contraria y sintió que una tromba lo embestía desde atrás. Hoy no recuerda la jugada, tampoco recuerda nada de lo que pasó durante todo ese tiempo que estuvo dentro del campo de juego.
En la final de la Copa del Mundo, entre argentinos y alemanes, ocurrió un accidente traumático que se repitió en otros partidos de la competencia. El andar desorientado y vacilante de Christoph Kramer dentro del Maracaná, durante esos quince minutos que transcurrieron desde el golpe con Ezequiel Garay hasta que fue reemplazado, quedará en el recuerdo de la medicina deportiva como un hito desafortunado.
La anécdota relatada por el árbitro italiano Nicola Rizzoli en La Gazzetta dello Sport marca el grado de desorientación de Kramer. Unos minutos después del golpe, el futbolista le preguntó, “Sr. Juez, ¿esta es la final?”. El italiano pensó que le estaba haciendo una broma y le solicitó que le repitiera la pregunta. “Tengo que saber si es verdaderamente la final, es importante saberlo”. Desde una posición neutral y crítica, es sencillo condenar el accionar del cuerpo médico alemán que no respetó lo que indican los manuales. Al conocer el contexto del fútbol y entendiendo los pormenores vividos, es claro que esta decisión no puede quedar librada al criterio de una sola persona.
Médicos expertos, representantes del COI, la FIFA y otras federaciones deportivas internacionales, se reunieron en Zúrich en noviembre de 2012 para el 4° Congreso Internacional de Consenso sobre la Conmoción Cerebral en el Deporte. El objetivo era “elaborar recursos para controlarlas, reconocerlas, tratarlas y prevenirlas”. Allí surgió el SCAT3 (Sport Concussion Assesment Tool o Herramienta de evaluación de contusiones deportivas) y fue publicado en el Clinical Journal of Sport Medicine (CJSM) en marzo de 2013. La herramienta está compuesta por distintas pruebas diagnósticas para categorizar el traumatismo en base a la respuesta del organismo (Escala de coma de Glasgow) y evaluar la memoria (Prueba de Maddock), los síntomas, el estado de conciencia (SAC) y el equilibrio. El problema es que para realizar correctamente este examen se necesita tiempo y en las condiciones actuales del fútbol, los médicos de equipo no lo poseen.
El caso de Christoph Kramer no fue el único durante Brasil 2014. El holandés Bruno Martins Indi, chocó con el delantero australiano Tim Cahill y sufrió una conmoción cerebral (fue retirado del campo en una camilla y con cuello ortopédico).
El uruguayo Álvaro Pereira recibió un rodillazo en la cara contra Inglaterra, quedó tendido, el médico pidió el reemplazo, el jugador se recuperó y se negó a ser sustituido, el técnico priorizó no perder un cambio y peligrosamente Pereira terminó jugando el partido. El equipo argentino también experimentó la “epidemia” de traumatismos cerebrales, Pablo Zabaleta y Javier Mascherano sufrieron golpes pero de menor magnitud.
La conmoción cerebral es la forma más común de lesión cerebral traumática relacionada con el deporte y está muy vigente en la agenda de salud deportiva. Las causas del síndrome posconmocional no están claramente definidas. Las consecuencias más graves pueden llegar hasta la Encefalopatía Traumática Crónica y/o la Demencia. En Estados Unidos, es un tema de gran relevancia informativa debido a los juicios contra la NFL que hicieron centenares de jugadores de fútbol americano.
En el fútbol, las conmociones cerebrales no son muy habituales pero los traumatismo reiterados durante el Mundial de Brasil expusieron la existencia de un bache normativo. Con la obligación para el médico de resolver lo más rápido posible y ante la escasez de sustituciones que tiene cada equipo, no está previsto un contexto reglamentario que proteja al jugador. Por lógica, el atleta va a querer seguir participando en cualquier circunstancia y el entrenador intentará preservar esas tres modificaciones posibles para generar variantes tácticas en el equipo. Entonces recae sobre el médico, apurado por el cuerpo técnico porque el equipo está jugando con uno menos y presionado por la voluntad del jugador que quiere seguir jugando, el peso total de la decisión. Generalmente, salvo ante casos de extrema gravedad, se decide mantener el status quo a sabiendas de que no es lo más apropiado.
Es menester de la FIFA solucionar este problema. Hay que educar al futbolista y al entorno sobre la seriedad del tema y sobre los riegos asumidos al jugar con una conmoción cerebral. Por otro lado, está comprobado que un proceso correcto de evaluación con el SCAT3, en el campo de juego, requiere de un mínimo de 10 minutos.
Ningún entrenador aceptaría jugar tanto tiempo con un hombre menos, por lo que se deben buscar alternativas. Una sería que, en circunstancia precisas y determinadas por personal idóneo con acceso a las imágenes televisivas, se habilitase el ingreso de un sustituto temporal que no cuente como modificación hasta que se cumpla el tiempo de evaluación. A partir de allí se abrirían conjeturas sobre el abuso que se podría hacer de esta excepcionalidad pero primero está la preservación de la salud del atleta. Imágenes como las que vimos durante este Mundial, con jugadores tambaleándose dentro del campo sin ser sustituidos, son vergonzante para el deporte. Esperemos que se trabaje en conjunto y no se repitan.