El actor, que acaba de estrenar El planeta de los simios: confrontación, dice que las utopías humanas son irrealizables y quedaron en el olvido. Jura que una superproducción no tiene motivos para ser chica de cerebro.
El británico Gary Oldman es realeza del cine. De todas las variantes de cine: el seriote, el seco, el pop, el vampiro, el renegado y el oficialista. Los directores sobran (Oliver Stone, Tony Scott, Alfonso Cuarón, Christopher Nolan). “No puedo verme en pantalla”, se ríe Oldman, evocando en esa risa cientos de personajes imposibles de borrar de la historia del cine (aunque tuvo una reciente polémica por decirle a Playboy que “pisaría todo el trabajo que hice y empezaría otra vez”). En El planeta de los simios: confrontación, Oldman es Dreyfus, líder de un grupo de humanos (en un planeta que acaba de ser arrasado) que acaba de enterarse de que sus vecinos del otro lado del Golden Gate son unos simios parlantes y bastante irascibles. “Tenía nueves años cuando se estrenó la original, y me alucinó. El cine mainstream solía ser muy distinto, no sólo por maquillajes o máscaras sino por ambiciones, o tiempos de narración. Hoy todos la considerarían una película experimental. El original es algo que cultural y subconscientemente es parte de mi juventud y creo que por eso hice esta película. Me acuerdo de que veía las fotos del set, y me alucinaba: tenían que ayudarlos para que comieran. La primera película El planeta de los simios sigue siendo tremenda”.
—Una cosa muy presente en el original y también en la recién estrenada “El planeta de los simios” es el fuerte y casi nada disimulado contenido político de la saga.
—No hay que olvidar, nunca, que el libro original, es decir la novela de Pierre Boulle que utilizó como base la primera película, es una obra maestra, que ha sido incluida en bastantes listas de “mejores libros jamás escritos”. Con esa base, es difícil no crear una película que sepa que tiene que rozar, casi te diría morder, lo político, relacionarse con H.G. Wells y Orwell, con obras que saben lascerar lo político desde el género. Creo que aquí ver a esos simios viviendo en una especie de primitiva utopía, como una tribu sin nuestros avances, nos hace reflexionar sobre nuestra dependencia de cosas que no son tan importantes. Además, ¿podemos como humanos vivir en una utopía?
—¿No creés que podamos?
—Ya lo dice el viejo proverbio: “Nuestro mayor temor…son los demás”. No tengo idea. Pero no creo que una utopía sea posible de llevar a la realidad. De hecho, ahora, más que nunca, vemos el fin de la raza humana como una posibilidad concreta.
—Hablabas de las máscaras, y uno de los puntos destacados de la película es el uso de actuaciones grabadas que luego son animadas encima (como sucede con Cesár, el mono líder). ¿Está ahí el futuro de la actuación?
—Tuve mi propia experiencia con la captura de movimiento, con la película navideña de Robert Zemeckis. Seré sincero: si bien estaba en una etapa primitiva, no disfruté mucho el proceso. Me decían que no me preocupara, que sería muy similar a actuar en el teatro. Y dejame que te diga una cosa: eso no era teatro. Para nada. Te metías a un cuarto gris y actuabas solo muchas, demasiadas horas. Ahora está en otro nivel, demasiado avanzado. Pero, ¿veo ahí el futuro del cine? Sinceramente no lo sé. Es una herramienta más. Necesitás contar con el corazón y con una mirada política; si no, no hay nada.
—Rechazaste Akira, fuiste Gordon en las “Batman” de Nolan, estuviste en la nueva “Robocop” y ahora “El planeta de los simios”. ¿Qué pensás sobre las películas pop que dominan la cartelera y que te ofrezcan esos roles?
—Es un trabajo. Siempre. Uno hermoso, pero un trabajo. De esas películas, creo que por ejemplo Robocop sabía lidiar con el modo en que las guerras y el panóptico se construye en nuestro mundo moderno. O que Nolan cuestionaba al héroe. Que las películas sean grandes no quiere decir que se achique su cerebro.
La polémica por defender a Mel Gibson
Gary Oldman está en problemas, o lo estuvo hasta hace poco. En una entrevista que dio para la revista Playboy, Oldman fue crucificado por sus declaraciones. Sobre el estado del mundo, dijo que “estamos tapados de mierda y sin brújula, no hay forma de salir de ella”. Y agregó: “Cultural, políticamente, donde quieras ver, mirá al mundo, a nuestros gobiernos, todos los aspectos de nuestra cultura: no veo forma de que mejore”. O, por ejemplo, dijo que “los reality shows son el museo de la decadencia de nuestra sociedad”.
Oldman fue brutal en la entrevista, incluso hablando sobre el tema tabú de Hollywood: “Mel Gibson está en una ciudad dirigida por judíos y dijo algo equivocado porque mordió la mano, supongo, que lo ha alimentado. Hoy es como un paria, un leproso”. El actor, quizás un rebelde eterno, declaró que la hipocresía reina en este mundo, y que todos han dicho cosas como las que conderaron a Gibson (frases xenófobas, por ejemplo). “Dijo las cosas estando borracho, y en ese estado todos dijimos cosas así. Lo que pasa es que todos nos escondemos e intentamos ser políticamente correctos”, dijo Oldman. Y señaló que eso llevó a que “si no votabas en los Oscar por 12 años de esclavitud, eras un racista. Hay que cuidarse mucho de lo que decís. Tengo visiones muy particulares que no comparte Hollywood. No soy un fascista, no soy un racista. No hay nada así en mi vida”.