NI en el mundial ni en la temporada con el barça, el crack mostró su mejor versión.
La culpa es de Javier Pastore. Por eso Lionel Messi mueve sus brazos como si fueran molinetes y sus piernas rebotan como resortes. Hace una semana, el Rey terminó lesionado en el Parque de los Príncipes: bíceps femoral derecho tocado.
Ahora es la revancha de aquel empate en el partido de ida de los cuartos de final de la UEFA Champions League de 2013. Y Pastore, el flaco, alto, también argentino como Messi, acaba de poner arriba al PSG. Jordi Roura, el ayudante de Tito Vilanova, no duda: hay que rescatar al Barça de la derrota. Messi todavía es el futbolista de números extraterrestres. Aun lesionado, es Superman sin kriptonita. Un breve calentamiento y el diez está para ingresar. Cesc Fábregas, que sale, lo saluda resignado. Sabe que él, entero, no podrá darle a su equipo lo que Messi hará en los 33 minutos que estará en cancha.
Messi, el hombre, tiene un poder hipnótico; no sólo juega y es el preámbulo del gol salvador de Pedro, sino que paraliza a los contrarios. Desde su entrada, el PSG se destiñe. “La sola presencia de Messi ha condicionado al rival”, dirá más tarde Roura.
El jugador imposible lo hace. Lo hizo otra vez. El catalizador fue el gol de Pastore. Messi, desde entonces, ya nunca fue el mismo.
Xavi Muñoz sigue el día a día del Barcelona para Mundo Deportivo y su ojo periodístico está entrenado para ver a Messi. De todos modos, todavía no logra decodificar los silencios del crack. “Ese fue justamente el gran mérito de Pep Guardiola”, le dirá a PERFIL. El entrenador más ganador de la historia del Barcelona entendió que a veces Messi tiene la psiquis de un niño caprichoso. Y si está molesto, hay que dejarlo que se le pase.
Durante el Mundial, Guardiola brindó una charla en el Luna Park. De la gran bestia pop del fútbol, dijo: “El habla en el campo, su manera de competir es más elevada de lo que yo puedo entender”. Y volvió a decir: “Si no te adaptas a Messi, tienes que irte. Un animal competitvo como él sale uno cada tanto”. Jorge Valdano, símbolo del Real Madrid, también lo elevó a los cielos: “Messi es otra forma de ser Maradona”.
Los dos hablaron hoy, ahora, este año. El peor año desde que Messi decidió ser un futbolista imposible.
Todos para el uno. La confianza en sí mismo es el alimento del mejor jugador del mundo. Si Messi se sabe intacto, su lugar en la cancha es todos los lugares. “Me daría vergüenza decirle hoy a Messi dónde tiene que jugar”, dijo el 26 de junio Guardiola, acá, en Argentina. Un día antes, allá, en Brasil, Leo le convertía dos goles a Nigeria, sus últimos en el Mundial.
Aquella lesión muscular ante el PSG fue la primera después de cinco años; el futbolista de laboratorio sentía que se le deshilachaba un músculo de una de sus piernas. Un asesinato perfecto para un jugador explosivo. Había que coser a Messi; no tanto el bíceps como su cabeza.
“La falta de continuidad en el juego le generó desconfianza”, remarca Muñoz, quien sostiene que la dirigencia del Barcelona le mantiene el crédito abierto: el dato más revelador es que Messi renovó contrato como el futbolista mejor pago del mundo en su año más terrenal.
Sin embargo, una segunda lectura también enciende las alarmas: la contratación de Luis Suárez es el modo de ajustar el equipo para que Messi se encuentre más cómodo en el campo. El jugador explosivo necesita el socio que lo complemente. “Quizá ya no sea como antes, que nueve de cada diez partidos los arreglaba él”, compara el periodista de Mundo Deportivo.
Barcelona entendió que a Messi hay que ayudarlo: aportarle el blindaje que, tal vez, no tuvo en la Selección. Javier Mascherano, el doble compañero de Leo, tras el subcampeonato en Brasil dejó en el aire una frase con cascabeles: “Messi le dio más al equipo que lo que el equipo le dio a él”.
Luis Enrique, el nuevo entrenador del Barça, pretende que los planetas giren en torno a Messi. Y avisó que está dispuesto a romper el corset táctico del 4-3-3, con tal de que su eje se sienta a gusto. “Sigue siendo el mejor”, lo elogió el DT. Por eso, buscará que el jugador silencioso vuelva a hablar como ningún otro en la cancha.
Nadie espera una temporada de Messi de 91 goles, como los que convirtió en 2011/12. La cifra astronómica hizo estallar las agujas de los termómetros y se estampó a la velocidad del crack en el libro Guinness.
De la cabeza. El periodista catalán Juan Carlos Galindo, en uno de sus artículos del blog AM14, tiene una hipótesis: dice que el punto de inflexión de Leo ocurrió cuando Tito Vilanova viajó a Nueva York para someterse a un tratamiento de quimioterapia. La evidencia calendaria se remonta al 19 de enero de 2013. Dos meses y una semana después, Vilanova regresó definitivamente a Barcelona. Y cuatro días más tarde se sentó en el banco para dirigir a su equipo ante el PSG: la vez que Messi sintió un dolor en su bíceps femoral derecho. Al miércoles siguiente, el jugador todopoderoso entró, hechizó el Camp Nou, pero forzó la máquina y se resintió. Desde entonces, el mundo espera que Messi vuelva a ser Messi.
Cuentan quienes conocen su entorno que Leo no es un zombie imantado por la pelota. Que también se preocupa, y cada vez más, por la hojarasca que rodea al fútbol. Los problemas impositivos ligados a él lo afectaron, aunque no es un rubro estadístico que dependa de sus piernas. Los asuntos vinculados con el fisco son competencia de su padre, Jorge. Luego de que su apellido fuera manchado y que la prensa publicara noticias sobre eventuales evaciones, Messi pagó el año pasado 53 millones de euros. Ensimismado, también sufrió como alguna vez por su bíceps femoral.