Por Juan M. Herbella | Con Argentina finalista, lo que eran críticas se transformaron en elogios. Sea cual fuere el resultado, el equipo ya se ganó un lugar en la historia grande.
Juan Manuel Herbella
Eran momentos de zozobra e indecisión política en los Estados Unidos. Transcurría el año 1992 y el gobernador de Arkansas, Bill Clinton, se presentaba como candidato a presidente por el Partido Demócrata. Su jefe de campaña, el politólogo James Carville, acuñó una frase que quedó para la historia (“It´s the economy, stupid”) y con el paso de los años fue plausible de extrapolarse a cualquier ámbito o discusión.
Eran también momentos de zozobra e indecisión en el fútbol argentino, cuando Alejandro Sabella se hizo cargo de la dirección técnica del seleccionado. Eliminado por Uruguay, de la Copa América que organizaba, y balanceándose de un extremo al otro en torno al proyecto deportivo, la Argentina había tenido cinco entrenadores en apenas cinco años (2006-2011: Pekerman, Basile, Maradona, Batista y el propio Sabella).
No es un partido muy recordado pero Argentina, hace casi tres años (15/8/12), enfrentó en un amistoso a su próximo contrincante. Fue en el Commerzbank Arena de Frankfurt y lo venció 3 a 1, con goles de Khedira (e.c 46´), Lionel Messi (53´), Angel Di María (72´) y Howedes (81´). Pensar que la victoria fue abultada porque el rival puso un equipo muleto, es una equivocación: en aquel conjunto alemán fueron titulares seis futbolistas que también jugaron hace unos días en la semifinal ante Brasil. Pese a la victoria, hubo críticas para Sabella: que “la defensa no se releva bien, que los marcadores de punta bajan cuando suben, que el medio no termina de controlar, que al compañero Sabella le falta la tranquilidad y la confianza necesarias para entender que su trabajo consiste en complacer al Mostro Messi”.
Tres años después, con Argentina finalista, lo que eran críticas se transformaron en elogios. Sabella, subrepticiamente, volvió a defender con una línea de 5 (con Mascherano cerrando entre la dupla Demichelis-Garay) y la gente ni siquiera se dio cuenta o recapacitó empujada por los resultados. En menos de un mes, el equipo de los “Cuatro Fantásticos” se transformó en un bloque sólido, comprometido y con la defensa como estandarte: hace tres partidos que no le convierten. En ofensiva, por ausencias y/o lesiones, no hubo un único futbolista responsable: en los primeros tres partidos contó con un Messi inspirado, luego se destacó Di María (ante Suiza), después fue Higuaín (ante Bélgica) en cuartos y terminó apoyándose en el conjunto para complicar a Holanda (con las arremetidas de Pérez y Lavezzi, desde mitad de campo) en semifinales.
Nuevamente la Argentina estará en una final mundialista por quinta vez en su historia y tras 24 años de espera. Hay muchas cosas en juego pero, sea cual fuere el resultado, el equipo ya se ha ganado un lugar en la historia grande del fútbol argentino. Para Lionel Messi, es la oportunidad de convertirse en una leyenda inalcanzable: único argentino de la historia que, siendo considerado el mejor de su época, se encumbró con la Copa del Mundo en el mismísimo Maracaná. Atrás de todos, fuera de los flashes y las estridencias, estará Alejandro Sabella, el entrenador con el perfil más bajo de las últimas décadas, el hombre que impuso al “Nosotros” por delante del “Yo”, el conductor que probó nuevamente a propios y extraños que conformar un equipo de fútbol exitoso no se resume (como algunos creen) al simplón proceso de acumular nombres para tener al Mostro Feli: “es el equipo, estúpido”.