Ante una penalidad tan blanda, a partir de ahora valdrá cualquier cosa en el Mundial. Sabella, cuidemos a Messi.
Augusto Do Santos
Conviene separar los tantos, porque una cosa no quita la otra: Luis Suárez es un futbolista sensacional, uno de los mejores sino el mejor número 9 del fútbol actual; para muestra alcanza un botón, al ver que un mes después de estar en silla de ruedas le estaba haciendo dos golazos a Inglaterra ni más ni menos que en un Mundial. Además, y como buen uruguayo, se nota a través de la pantalla —sea esta un viejo televisor de tubo o una moderna televisión inteligente— que es una persona de bien, en contacto con sus sentimientos.
Ahora bien, más allá de lo mencionado, Suárez ha demostrado ser un jugador sin ningún tipo de respeto por algo tan importante en el deporte como el talento mismo, y no hablamos de la habilidad para venderse como marca sino del apego a las normas del juego limpio, del puro fair play (no es casual que en el álbum de figuritas de Brasil 2014, que es furor en público de todas las edades, la figurita número 1 sea la del fair play; sí, antes que la Copa misma, antes que los estadios, antes que la mascota, antes que Éver Banega).
Entonces, si un futbolista comete un acto bestial como morder a un colega, por más notable jugador que sea, debe ser penado con la mayor de las severidades, sin contemplaciones y sin ningún temor a la ira del país en cuestión, aunque se llame Uruguay y tenga dos mundiales, el mate, la marihuana, Natalia Oreiro y tres millones y medio de uruguayos y su consabida garra charrúa, con Diego Lugano y Álvaro Pereira al frente del pelotón de batalla.
Resulta indignante ver que Suárez tuvo la ocasión de despedirse del plantel de la selección de Uruguay y del cuerpo técnico, a los abrazos y las lágrimas limpias, prometiéndose estar en contacto y prodigándose bellas palabras de aliento. Resulta indignante escuchar a compatriotas de él (queridos hermanos nuestros, pero que han perdido la razón lamentablemente) que señalan que no aplicaron la misma vara que con Zinedine Zidane, cuando cabeceó a Marco Materazzi; por favor, uruguayos, el italiano se había metido con la mamá del francés, ¿ustedes no hubiesen hecho lo mismo, u algo más violento, acaso? Resulta indignante leer a políticas de Uruguay, como Mónica Xavier, que en vez de usar Twitter para expresar el calor que le genera Ezequiel Lavezzi (como buena mujer que se precie de tal en estos días), usa la red social para decir cosas como que “Inglaterra e Italia no perdonaron lo que les pasó en la cancha y Brasil tiembla con la Celeste en sus canchas” y que esto “es un linchamiento del siglo XXI”. Resulta indignante que se proteste porque la decisión la tomaron oriundos de Congo, Singapur, Tonga, Islas Cook, Pakistán y Honk Kong; en vez de quejarse, agradezcan por lo contemplativos que fueron.
Resulta indignante, sobre todas las cosas, que la FIFA no haya tenido las agallas para sancionar a Suárez con todo el rigor que merecía: ¿qué son unos nueve partidos internacionales prohibidos, cuatro meses lejos del fútbol y cien mil francos? ¿Cómo se explica que Suárez no haya sido deportado inmediatamente, maniatado y con bozal cual Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes? ¿Cómo se entiende que no se le haya privado de futuros contratos para protagonizar remakes de Drácula? ¿Cómo nos hacen creer que no era justo extirparle todos los dientes y reemplazárselos por piezas sin capacidad de lastimar? ¿Qué se gana con darle cuatro meses de vacaciones, para que disfrute de Praga, Venecia o Necochea? ¿Cómo se justifica que no se haya creado una matrícula de futbolista profesional, solo para revocársela enseguida? ¿Cómo se comprende, a fin de cuentas, que Suárez no haya sido obligado a pedir disculpas públicas y a recibir un mordiscón del presidente de Italia?
No vale de nada, de todas formas, pedir justicia en este mundo. Porque así como una vez, en tiempos de Cristo, un hombre les preguntó a las mujeres que lloraban ante la cruz desierta por qué buscaban entre los muertos a quien estaba vivo, así, de la misma manera, cabe preguntarse ahora qué sentido tiene buscar justicia en este mundo, que desde los tiempos de Roma representa a la justicia con los ojos vendados.
(*) especial para 442