Hoy comienza la máxima competencia en Brasil, pero también habrá marchas de repudio. Historias de los indignados. Fotos.
Cuatro palabras son suficientes para calentar los ánimos del público. Claudia Favaro se levanta. Con la mano derecha agarra el micrófono. La mano izquierda se hace un puño. Luego extiende su brazo al aire y grita: “¡Não vai ter Copa!” La gente se levanta de sus asientos y también grita: “¡Não vai ter Copa!” (“¡No habrá Copa!”).
Es el lema de los que desde hace más de cuatro años militan en contra de la Copa que comenzará hoy. De todas partes del país, unos 600 opositores han viajado hacia Belo Horizonte, a reunir fuerzas en la recta final al Mundial. Cuando el mundo mire a Brasil, ellos van a salir de nuevo a las calles preguntando: “Copa para quem?”.
En su ciudad natal de Porto Alegre, Claudia Favaro –una arquitecta de 31 años– forma parte del “Comité Popular de la Copa”: hay uno en cada una de las doce sedes del Mundial. Desde 2010, el movimiento nacional ha organizado manifestaciones en todo el país. Desde el podio, Claudia Favaro argumenta: “El Mundial se juega a expensas de los más pobres. Mientras que la FIFA y sus patrocinadores cosechan los beneficios –libres de impuestos– se gasta dinero publico que falta para hacer inversiones en salud, educación y construir viviendas accesibles”. Recibe un estruendoso aplauso.
Argemiro Ferreira Almeida (50) vive en Salvador da Bahia. Él es uno de los líderes del movimiento de protesta y uno de los organizadores de la reunión en Belo Horizonte.
Almeida estaba allí cuando en junio del año pasado se manifestó la ira de muchos brasileños ante los ojos del mundo, durante la Copa de las Confederaciones. ¿Cómo se puede explicar esa resistencia feroz en un país tan loco por el fútbol como Brasil? “No estamos en contra de la Copa del Mundo. Al contrario, nos encanta el fútbol”, aclara Almeida. La protesta se dirige más bien contra el modelo de la FIFA que se basa solamente en intereses comerciales.
Cuando Brasil fue designado anfitrión en 2007, él estaba muy entusiasmado. Pero de a poco se mostró qué precio había que pagar. Cada vez más personas tuvieron que abandonar sus hogares para dar espacio a la construcción de nuevos estadios y obras de infraestructura. Además aumentó la violencia policial ante personas viviendo en la calle y vendedores ambulantes. ”Los centros de las ciudades deben estar limpios cuando los turistas vengan”, dice Almeida.
Las tendencias de exclusión social ya existían antes. “Pero ahora la situación es mucho peor”, explica Almeida. El lamenta que no haya habido un diálogo honesto entre los movimientos sociales y el gobierno. Incluso el secretario general del Gobierno de Brasil, Gilberto Carvalho, había reconocido recientemente: “No hemos informado la población adecuadamente e involucrado en los proyectos de la Copa del Mundo.”
Este es el caldo de cultivo del que han surgido las protestas. Además, todos los opositores de la Copa Mundial concuerdan: la inversión en los estadios y la infraestructura equivalente a un valor de unos 8 mil millones de euros habría sido mejor gastado en áreas como la salud o la educación. Ya queda claro que el mundial de Brasil va a ser el más caro de la historia. Tres veces más caro que el de Alemania en 2006, por ejemplo.
Un estado de ánimo negativo ya se viene acumulando desde algún tiempo. Se trata de algo más que fútbol. Aunque Brasil ha crecido económicamente y millones de personas han dado el salto de la pobreza a la clase media, la riqueza sigue distribuyéndose muy injustamente. La Copa Mundial y la FIFA como los grandes enemigos han unido muchos grupos de personas que no han beneficiado del auge económico de Brasil. La FIFA impone sus reglas a cada país anfitrión.
Según algunos cálculos, alrededor de 250.000 personas sufrirían las consecuencias de la Copa del Mundo. María da Penha Fonseca (46) es una de ellas. Anteriormente, ella tenía su propio puesto de comida, alquilaba una vivienda en el centro de Belo Horizonte y no tenía preocuparse por llegar al fin del mes. Luego vino la Copa del Mundo y su vida se dio vuelta.
Durante tres años ha vivido en las afueras de Belo Horizonte, a casi una hora de distancia del centro. Al lado de la carretera que lleva de la estación de metro “San Gabriel” a su nuevo hogar se ven montones de tierra roja. En algunos están todavía ladrillos. “En el pasado aquí habían casas. Se las demolieron para construir una terminal de ómnibus”, explica María. “La Copa del Mundo era una buena excusa para desalojar a las familias”, dice. En Brasil hay una grave escasez de viviendas baratas. Antes del despegue de la sexta economía más grande del mundo, el gobierno no se preocupaba tanto. “Muchos pobres se asentaban por necesidad en predios vacíos”, cuenta ella. Para eso ya fue. Sobrevino una limpieza sistemática. El objetivo: ganar terreno ubicaciones privilegiadas para proyectos inmobiliarias multimillonarios.
Formalmente, los desalojamientos están permitidos por la ley en Brasil. No obstante, a los damnificados se les debe ofrecer una alternativa razonable, ya sea en forma de compensación financiera o un apartamento en otro lugar. María ya ha tenido visitas de representantes de la administración de la ciudad, comenta en la puerta de su choza. Hasta el momento no se ha dejado intimidar, al igual que las otras 80 familias de la favela. “Vamos a resistir como podamos”, dice con espíritu combativo.
Un caso, mil casos. Cuando tenía 20 años, se mudó desde el interior del estado de Minas Gerais a la capital provincial de Belo Horizonte. Ella aspiraba una vida mejor que la de sus padres. El sueño parecía hacerse realidad. Durante 14 años vendió una especialidad local, “Feijão de Tropeiro”, en un puesto a poca distancia del estadio “Mineirão” . Un popurrí abundante de frijoles negros y harina de mandioca mezclado con grasa de cerdo y chicharrones.
A fines de 2010 se trasladó a la favela. El estadio de los equipos locales Cruzeiro y Atlético Mineiro fue privatizado y renovado por 250 millones de euros para cumplir con los requisitos de la FIFA; María da Penha Fonseca y unos 150 vendedores ambulantes más se quedaron sin trabajo y lugar para vender sus platos. Así será también durante el Mundial: igual que en otras sedes de la Copa se construyó una barrera de dos kilómetros alrededor de las áreas oficiales de la FIFA. La mujer levanta la voz: “La FIFA no ha invertido ni un solo centavo en los estadios. Sin embargo, determina las normas y se lleva las ganancias.” No van a servir “Tropeiro” en el renovado Mineirão; los hambrientos hinchas se van a tener que conformar con un plato prefabricado en grandes compañías de catering.
María da Penha Fonseca habría participado en la reunión de los opositores de la Copa Mundial, pero no tenía los ocho reales para el viaje en metro. Dos o tres veces al mes trabaja en un restaurante. Apenas llega a los 300 reales.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.