Mas que a alentar, el publico fue a admirar a los que siempre ve por la tele. solo messi, cuando entro, levanto la temperatura.
La cancha está repleta. Coqueto, el estadio Ciudad de La Plata es hoy el escenario ideal para despedir a la Selección. Es el último partido de los muchachos de Sabella antes del Mundial. Las estrellas que se ven por la tele en minutos van a estar acá, sobre este césped impecable. Eslovenia, además, es un partenaire, casi un colado, en esta fiesta celeste y blanca. La despedida, qué duda cabe, va a ser calurosa, intensa, emotiva. Los jugadores tienen que llevarse a Brasil el calor de los hinchas más pasionales del mundo. Para eso se organizó este amistoso, para eso están acá. No puede fallar.
Pero falló. Si hay algo que le falta a esta fiesta es clima. No la levanta el video motivacional que pasan por las pantallas, ni los temas de Los Redondos que se escuchan antes de que salgan los jugadores, ni el Himno que toca la banda La Berisso. La comunión entre Selección e hinchas suma más distancia. El público no se enciende ni con el primer gol, que llega apenas a los diez minutos. Hay momentos de silencio, de un atípico silencio, un curioso silencio que se corta por una vuvuzela que suena desde una cabecera. Por momentos no se escucha ni un murmullo. Salvo por el escenario, no hay mucha diferencia con un entrenamiento en el predio de Ezeiza.
La primera pista aparece, más o menos, a la media hora. El partido no provoca demasiado, entonces detrás del arco de Romero empieza a bajar un reclamo que en segundos suma adeptos: “Messi, Messi, Messi…”. El pedido se convierte en exigencia: “Ponelo a Messi, la puta que te parió…”. Está claro: la gente vino a ver a la estrella. No hay plan B. Es Leo o nada. Se podría negociar un Agüero, tal vez un Higuain, pero la sensación es que el 10 es el único que podría disimular los 13 grados de este sábado de junio.
Cuando anunciaron a los jugadores antes de que comenzara el partido, algo de esto se podía sospechar. La voz del estadio arrancó con Romero: aplausos. Federico Fernández, indiferencia. Mascherano: primera ovación. Siguió con Basanta, Rojo, Augusto Fernández, Biglia y Enzo Pérez: nada, como si nombrara a jugadores de Eslovenia. Recién Maxi Rodríguez y Ezequiel Lavezzi provocaron cierto entusiasmo.
Los que encendieron a la gente fueron los suplentes. Andújar, Orion, Gago, Higuain, Di María, el Kun Agüero y, por supuesto, Messi. Cada uno se llevó el reconocimiento. Todo un síntoma: los únicos que atentan contra la desidia del público no están entre los titulares. Cuando a los diez minutos del segundo tiempo Sabella manda a la cancha a Di María, Agüero y Messi todo quedó claro: vinieron a ver a ellos. No hay una Selección que juega, no hay una camiseta que defender ni una despedida antes de la cita de honor. Acá hay cuarenta mil personas ansiosas por ver a esos ídolos lejanos.
Y Messi les da el gusto. Hace un gol, un golazo, y por primera vez esto se parece a una cancha de fútbol. Es un instante, con gritos, con algo parecido a la euforia, con el típico comentario al desconocido de al lado. Y el gol provoca, como un efecto colateral, un tímido “Argentina, Argentina”, y el clásico “¡el que no salta es un inglés!”.
Después, minutos después del gol de Leo, todo vuelve a ser lo que era. Que el público se entretenga con una ola que atrasa veinte años es un síntoma. En Eslovenia, jugadores con apellidos terminados en C ingresan por otros con apellidos terminados en C. Pero tampoco interesa. La Selección pasó por La Plata y se retiró indiferente.
Cuando el árbitro uruguayo Martín Vázquez dijo basta, hacía rato que los hinchas estaban en otra. Tiene que intervenir, otra vez, la voz del estadio, en un intento desesperado. Nombra a Brasil, a Sabella, a Messi, pero no hay caso. Los aplausos tibios son coherentes con lo que en definitiva es este público que viene a los amistosos de la Selección. Los jugadores levantan los brazos. Están en el centro del campo de juego y saludan a las tribunas.
En apenas una semana millones de personas van a estar pendientes de cada cosa que hagan durante noventa minutos. Hoy vinieron a que los despidieran. Buscaban un abrazo efusivo, intenso, y apenas recibieron una palmadita en la espalda.