Grondona le entregó el manejo de la Selección y él ni se inmutó. Hábil para relacionarse con el poder, ya había logrado llegar desde el subsuelo hasta la jefatura del sindicato de petroleros. Viveza criolla y cholulismo con los jugadores.
Las camperas de cuero negro y las canas vinieron después; mucho después. Carozo era un pibe común, que jugaba bien, que era simpático, y al que lo convocaron para que hiciera su papel de gambeteador.
El hombre que se ríe, que junta sus dedos índice y mayor de la mano derecha para apoyarlos sobre su hombro izquierdo, el que le tira un beso a Julio Grondona, el que recibe la felicitación de Alejandro Sabella porque a la Argentina le tocó la letra F –el grupo fácil en rivales, cómodo para traslados–, el que hace una notoria ostentación de poder y sugiere lo improbable, que el sorteo está ajustado a las necesidades de la Selección, es Juan Carlos Crespi, una espada de Grondona. Todo esto también fue después.
Cuando el pelo no era blanco y todavía no vestía como top model ubaldinista, Crespi también se movía bien y rápido, pero por los potreros de La Boca. Al trepidante secretario de Selecciones Nacionales se lo puede explicar con la metáfora del muchacho que subió por ascensor.
Como se destacaba en el fulbito del barrio, fue llamado para jugar un torneo intersindical. Y entonces hubo que inventarle un puesto en el SUPE (Sindicato Unión Petroleros del Estado). Y entonces resulta que quedó como ascensorista. Y entonces conoció a la hija de Diego Ibáñez, una especie de Hugo Moyano de los petroleros de la época. Y entonces fue parte de la mesa chica del sindicato y después –Ibáñez ya había fallecido en un accidente automovilístico– Crespi, quien fue secretario adjunto del SUPE y secretario general del SUPE Capital y luego hombre del directorio de YPF y Repsol YPF, fue una pieza clave para la privatización de la empresa símbolo de Argentina. Hoy es la imagen de la AFA, la burocracia que tiene sello oficial para estampar la vida de Messi y compañía en Brasil.
Como si fuese un ascensorista, subió al piso alto de la Selección que hasta octubre de 2013 ocupó Germán Lerche.
“Lo que diga la FIFA a mí me chupa un huevo. Van a entrar los que yo quiera”, se ufana entre sus íntimos. Crespi se refiere a los periodistas. Se calcula que entre los acreditados y los subacreditados (que no podrán ingresar a los partidos) de Argentina, más la prensa internacional deseosa de seguirle los pasos al mejor jugador del mundo, la Selección tendrá una escolta cercana a 400 periodistas por día en Belo Horizonte. La sala de prensa de Cidade do Galo tenía 78 asientos y su capacidad fue ampliada a 120. Lejos, aún, de la demanda.
“Pongamos una carpa como hicimos en Sudáfrica”, le sugirieron al ex sindicalista. Crespi se negó a dar mayores comodidades. Eslabón entre Grondona y el resto del micromundo, sigue la línea que pone al periodista en la mira. Para la concepción editorial de la AFA, la prensa es el enemigo. “Tiene espalda para bancarse a los periodistas”, le dice en off a PERFIL un dirigente de un club de Primera.
Crespi, la espalda revestida de cuero negro, quiere mandar puertas adentro de la concentración argentina.
Por los pasillos. “Esto es para vivos”, repite Crespi. La frase no alcanza para escribir un manual, pero esconde la esencia de un hombre que hace culto de sacar ventajas. Como cuando se definió el triangular del Apertura 2008 entre Boca, su club, San Lorenzo y Tigre. El equipo entonces presidido por Savino jugó los dos primeros partidos y miró por televisión la definición. Caprichos del sorteo. O no tanto. “A Savino lo mandamos a comprar pizzas”, dijo Crespi, a las risas. En ese intervalo, las bolillas quedaron listas para lo que vino después.
Quienes frecuentan las reuniones de Comité Ejecutivo cuentan que Crespi se divierte, hace bromas por los árbitros y que no sabe inglés, pero hay una palabra que maneja a la perfección: lobby.
De extracción peronista, llegó a la dirigencia boquense por la agrupación Un Boca mejor, del Coti Nosiglia. A la Comisión Directiva lo sumó Mauricio Macri. Y hoy es vicepresidente segundo de Daniel Angelici, a quien reemplazó como hombre de Boca en la AFA. Ese lugar en el que Crespi se maneja como si fuese su casa.
A ver los jugadores. Con y sin pelo blanco, Crespi tuvo debilidad por los futbolistas. Al ocupar cargos dirigenciales, evidencia esa devoción que le permite entrar al vestuario y pavonearse con las figuras. En Boca le atribuyen su cercanía con los jugadores a su billetera y no tanto a su carisma. Para los cumpleaños, suele regalarle relojes de oro a los futbolistas. A veces quedó en offside: en la previa del último Superclásico se burló de Cata Díaz y Grana, sin saber que lo estaban grabando. Cuando trascendió el video, tuvo que pedir disculpas.
En la Selección también se filtra en la intimidad del plantel. Como quien repite fórmulas, se acerca a los ídolos. Su idea es la misma: obtener el trofeo de la foto y exhibirla en las vitrinas intangibles del cholulismo. A Messi le regaló una camiseta small de Boca, con la inscripción Thiago debajo del número 10. Leo sonrió cuando vio el nombre de su hijo. Crespi, cuando muestra la foto al lado del capitán argentino.
Mozo, la cuenta. El look de Crespi no coincide con el del empresario típico. Sin embargo, sus cuentas bancarias lo empatan con la élite burguesa. Dueño de estaciones de servicio en zonas codiciadas –una en Libertador y Olleros, por ejemplo–, es militante de la ostentación.
Dicen los mozos de un restaurante de Puerto Madero que Crespi tiene por costumbre pagar la cuenta de otros comensales con los que ocasionalmente se cruza. El regalo incluye, siempre, una botella de champagne.
El hombre que se arrogará el poder delegado por Grondona para manejarse en el búnker argentino decidió que en Brasil, para hacer de nexo entre el plantel de Sabella y los 400 periodistas, alcanzará con un empleado, en contraste con la profesionalización que impera en la comunicación de las otras potencias. Su propia omnipresencia, cree Crespi, será suficiente para monitorear a la Selección y sus circunstancias.
Con integrantes de Hinchadas Unidas, también habló él. Carozo, aquel pibe de barrio, conoce los códigos. Por eso Mauro Martín, desde la cárcel, le dijo a su ladero Fido De Vaux que lo fuera a ver a Crespi. Aunque la nueva mano derecha del presidente de AFA dice que en su club no hay barrabravas. Que el asunto es del pasado. O bíblico: “Cristo tenía barrabravas. Los apóstoles eran barrabravas que tenía Cristo para predicar la religión cristiana”. Es palabra del señor Crespi.
Sabella afina el lápiz
Alejandro Sabella esperará hasta mañana para determinar cuáles serán los tres jugadores que se quedarán sin Mundial y de esa manera cerrar el plantel de 23 que viajará a Brasil.
Pese a que el ensayo de ayer se suponía sería el último previo al corte definitivo, Sabella aún quiere observar en cancha a los mediocampistas, ya que Martín Demichelis parece haberle ganado la pulseada a Nicolás Otamendi entre los defensores.
Así, Sabella deberá elegir dos nombres entre José Sosa, Augusto Fernández, Ricardo Alvarez y Enzo Pérez.
La sorpresiva recuperación de Augusto Fernández, quien desde hace dos días se entrena con normalidad y ayer realizó su primera práctica de fútbol, lo devolvió a la discusión por un lugar.
Además, Pérez, quien corría de atrás en el inicio de los entrenamientos, ganó terreno en la consideración del entrenador y tendría su lugar en la lista final, debido a que puede jugar tanto por afuera como recostado sobre el medio de la cancha.
Sosa y Alvarez, de características similares, pelean mano a mano por un lugar, aunque el ex Estudiantes de La Plata, quien parecía adentro hace algunos meses tras sumarse al Atlético de Madrid, perdió terreno debido a que tuvo pocos minutos y no mostró buen nivel.
Tan concretas son las chances de Demichelis de jugar su segundo Mundial que ayer fue uno de los tres futbolistas designados para hablar en la conferencia de prensa, algo que difícilmente ocurriría si Sabella pensara en dejarlo fuera de la lista de 23.