Estrenó Signum en El Nacional, cuenta por qué no siguió una carrera de bailarín clásico del Teatro Colón y revela que le pidió a Tinelli ser jurado de ShowMatch en 2015.
Es inquieto. Busca el arte en todas sus formas, Hernán Piquín. Su disciplina la forjó en la estricta escuela del bailarín clásico. Pero le gusta arriesgar formatos, y si siente que cumplió un ciclo, se reinventa con un nuevo desafío. A sus 40 años, quien enamoró al mundo como primer bailarín del Teatro Colón y con el Ballet Argentino de Julio Bocca se animó a ser evaluado en televisión por un jurado mediático. En “Bailando por un sueño” nació a la popularidad y fue dos veces campeón del certamen. Luego armó un show musical en homenaje a Freddie Mercury, y antes fue elegido por Leonardo Favio para protagonizar Aniceto. En Signum –en el teatro El Nacional– se arriesga con acrobacias circenses y vuela por los aires vestido con plumas, brillantes, un vestuario deslumbrante y coreografías acordes a lo que pidió el director australiano Sean McKeown –creador de los espectáculos Alegría y Quidam del Cirque du Soleil–. “Cuando me lo propusieron les dije que me tomaran una prueba porque de circo no sé muchas cosas. Ensayé lo que me pidieron: colgarme, volar; hago cosas jugadas para un bailarín. Pongo en riesgo mi vida. Me llevan boca abajo a 25 metros de altura”, cuenta el participante de “Bailando 2014” en pareja con Cecilia Figaredo.
—¿Hay público para “Stravaganza” y “Signum”?
—No creo que tengamos que competir. El público se renueva a cada rato, siempre lo decían Julio (Bocca) y Lino (Patalano, productor). El público que me sigue vendrá a verme, sé que el boca en boca ayudará, y el espectáculo está hecho de la mano de un director del Cirque du Soleil. Signum no tiene nada que ver con Stravaganza. Acá no se copió a nadie.
El costo de inversión inicial de Signum fue de 10 millones de pesos entre remodelaciones del teatro, vestuarios, asistentes, escenografías, y contratos de 45 artistas mezclados entre nacionales y extranjeros (Inglaterra, Ucrania, Brasil y Canadá) que ya trabajaron con McKeown en el Cirque du Soleil. “Ya tenemos propuestas de llevarlo a España, México e Israel. Tener a McKeown es una excelente carta de presentación”, sostiene Piquín.
—Al ser un proyecto ambicioso, ¿te presiona al momento de salir a escena y ver cuántas butacas están ocupadas?
—¡Por supuesto! Ojalá se llene el teatro. Por suerte en Freddie o Balada siempre hemos tenido muy buenas repercusiones y con un mínimo de 50% de espectadores. Tengo fe.
—¿Fantaseaste con una vida itinerante como la de los artistas de Cirque du Soleil?
—Sí. ¡Me encantaría! Imaginate que desde los 16 años vivo afuera; primero me fui a Londres y después a París, volví a Buenos Aires como primer bailarín del Teatro Colón, después me fui cinco años a San Francisco y de ahí partí hacia Italia, donde estuve tres años. Me la bancaría porque ellos se instalan por un mes en un lugar. Viajar es uno de los placeres de mi vida, y si es trabajando, mucho mejor.
—Si te llegara una oferta de sumarte a Cirque du Soleil, ¿aceptarías?
—Sí. Pero creo que ya estoy grande (se ríe). Tengo 40 años.
Hernán Piquín comenta que duerme poco entre los ensayos de “Bailando” y las funciones de la obra. “Estoy muy cansado –remarca–. Después, el cuerpo me pasa factura con fracturas, esguinces, lesiones. Acá (se señala la muñeca derecha) tengo un quiste que me salió bailando con Noelia (Pompa) por levantarla desde tan abajo. Y ahora que me estoy colgando se me nota más”.
—¿No tenés ningún momento de pijama en casa?
—No, ningún momento de pijama. Me acuesto tres, cuatro o cinco de la mañana, que es cuando termino de relajarme. Estoy enganchado con la serie Resurrection, me quedo mirando un capítulo tras otro hasta el amanecer. Es difícil descansar.
—¿Por qué no seguiste una carrera de bailarín clásico del Colón?
—Porque tuve la suerte de haber estado en la compañía de Julio Boca y viajar y conocer muchísimo. Cuando entré en el Colón, a los diez años, quería ser solamente bailarín clásico… Trabajé con José Limón y Twyla Tharp, que fueron dándome otras miradas. Ahí dije: “Yo quiero hacer de todo”. Cuando Julio dejó el Ballet Argentino seguí bailando con Cecilia Figaredo y Eleonora Casano, hice la película con Leonardo Favio… En ese tiempo me llamaron de ShowMatch, tenía tiempo para hacerlo y acepté, me dijeron que iba a bailar con Noelia, la googleé y no podía creer lo que quería hacer ella, y era otro nuevo desafío para mí.
—¿Qué análisis hacés de este “Bailando 2014”?
—¡Es muy heavy! Se pone bravo, somos muchos bailarines clásicos ahora, genera más competencia; si uno hace dos piruetas, el otro quiere hacer tres, ¿entendés? Y le metés mucho al ensayo. Es una competencia sana con Maximiliano (Guerra), Eleonora (Casano) y Mora (Godoy).
—¿Te sentís con el título de ser el artista que popularizó el ballet en Argentina?
—No. Los que lo popularizaron fueron Bocca, Figaredo, Casano, y yo me siento parte junto a ellos… Julio llevaba el ballet por el país y lo acercaba a las provincias. La televisión hizo que se acercara gente que no tenía dinero para pagar una entrada. La gente misma tenía el prejuicio de decir: “Cómo voy a ir al teatro si soy pobre”, o “cómo voy a ir si no tengo la cultura suficiente o un traje o un vestido”. No es así, la gente va como puede.
—¿Es tu último “Bailando”?
—Sí. Este año quería ser jurado y Marcelo me dijo: “¡No! A un bailarín como vos no te puedo tener sentado, te necesito bailando, te lo pido por favor”. Me convencieron Marcelo, Chato (Prada) y Hoppe. Gane o no gane, espero que el año que viene me llamen para estar sentado como jurado.
“Fui muy enamoradizo”
Cada vez que Hernán Piquín sale a la pista de “Bailando por un sueño”, mujeres y hombres mueren por él y aclaman su amor en las redes sociales. “Fui muy afortunado en el amor –reconoce–. Me gustan la sensación y el momento del enamoramiento. Fui muy enamoradizo en mi vida, no sólo con mis parejas”.
—¿Qué vínculo tenés con tus padres?
—Mi padre falleció hace veinte años, y tengo conmigo a mi mamá. Tengo un hermano en Esquel, casado, viviendo con su mujer, y son padres de mi única sobrina, Francina. Y tengo muchos primos en Monte Maíz (Córdoba), de donde es mi mamá, y en España, porque mi padre nació allá.
—Suele ser difícil que un bailarín tenga un sello propio. Cuando alguien te ve, sabe distinguirte a la distancia. ¿Se nace con el estilo o se forma?
—Se puede lograr de ambas maneras. Yo no sé si lo trabajé, creo que fue la experiencia de haber trabajado al lado de grandes bailarines y ver la reacción del público de diferentes países y darme cuenta cuál era mi propio camino; es decir, la impronta que hay que tener arriba del escenario.
—¿Qué aprendiste de un director como Sean McKeown?
—Es un tipo muy educado, calmo, joven y lleno de experiencia. Cuando te pide algo, te sentís importante porque sabés que podés dar más, y al ser un tipo acostumbrado a trabajar con tipos de primer nivel, con todas las maquinarias, me llena de orgullo.