Pese a que es secretario técnico desde hace cinco meses, recién ahora va a mover sus primeras fichas. La renuncia del técnico lo dejó como un ganador silencioso, pero ahora él correrá todos los riesgos.
La rueda de prensa por la que desfiló durante toda la mañana de ayer Enzo Francescoli en distintos medios para anunciar la casi llegada de Marcelo Gallardo como entrenador no fue ingenua. Es cierto que la confirmación de la llegada del Muñeco justificaba las notas, pero que el encargado de dar la noticia haya sido el secretario técnico no se puede tomar como una casualidad; no cuando en otros tiempos cercanos, quien movía todos los hilos era el propio presidente, Rodolfo D’Onofrio. La de ayer fue en realidad la presentación en sociedad de una función que el uruguayo asumió en diciembre del año pasado pero que recién pudo poner en práctica esta semana, cuando renunció Ramón Díaz. El que habló, el que confirmó que “Gallardo será el técnico de River” fue el mánager. Con el riojano fuera de las pistas llegó el momento de él. Con un delay de seis meses, luego de un tiempo en el que heredó más de lo que hizo, en el Millonario arrancó la era Francescoli.
Una de las facetas de este nuevo ciclo en River es que Enzo va a levantar su perfil público. Para eso lo llevó el presidente, para que pueda manejar el fútbol al mismo nivel que un entrenador. ¿Cómo iba a hacer D’Onofrio para decirle al DT de turno que no quería tal lateral porque no se proyectaba bien o tal volante porque no le pagaba bien con zurda? ¿Con qué autoridad? ¿Con qué espalda? Enzo sí podía eso, y para eso lo contrató.
Sólo que hasta acá fue todo muy en las sombras. Cuando entró al club quedó sepultado por la gran oratoria del propio presidente y porque en River ya estaba trabajando Ramón Díaz, un histórico de perfil alto. El Pelado hacía un año que estaba al frente del plantel, y se sabe que el riojano no admite que nadie intente siquiera influir sobre sus decisiones. En la pelea por el cartel es implacable. Y como si fuera poco, el vínculo tirante entre el secretario técnico y el ahora ex entrenador de River no era de lo mejor. Por eso Francescoli se quedaba en la retaguardia. Ayer, Francescoli fue moderado. “Teníamos buena relación, incluso apostamos cajas de vino con los partidos de la Champions”, dijo en radio La Red. Sin embargo, desde que el riojano dirigía al Francescoli jugador, el choque de egos sacaba chispas.
Y desde el ostracismo se tuvo que bancar, por ejemplo, que un jugador elegido por él, como Bruno Urribarri, no haya pisado el césped ni un minuto. Pero eso ya es historia. Desde esta semana le va a poner la firma y la cara a cada una de las decisiones que tome. Tendrá un paraguas como ningún otro: es ídolo. Pero a su vez, pondrá en riesgo todo el amor que le tiene un agente que jamás le recriminó nada.
De los protagonistas del mundo River, Francescoli fue el único que no salió salpicado por el alejamiento de Ramón. Al presidente D’Onofrio se lo podría acusar de que no hizo demasiados esfuerzos por retener al técnico más ganador de la historia del club. De hecho, el mismo martes de la renuncia fue a una charla que tenía pactada en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y, a la salida, un grupo de hinchas lo insultó. A Ramón se le podría cuestionar que abandonó súbitamente un plantel que recién había salido campeón, con nuevos desafíos por delante, y que priorizó intereses personales. En este juego de acusaciones cruzadas, el único que salió indemne fue el Príncipe.