El joven y consagrado pianista analiza el lugar de los artistas y científicos en la Argentina. Retrato de un perfeccionista que necesitó emigrar.
Horacio Lavandera todavía no cumplió 30 años, y su trayectoria de interpretaciones y premios obtenidos luce como un listado infinito. Toca el piano desde niño; a los 18 se fue a vivir a Madrid para continuar sus estudios. En 2001 ganó el III Concurso Internacional de Piano Umberto Micheli, en el Teatro alla Scala de Milán, Italia, con lo que se confirmó su rótulo de joven prodigio. Está concentrado en el piano y la ciencia. El resto parece ajeno a él. Pero despliega un amable discurso a la hora de hablar de su pasión por la música. Por ella, tocó el pasado 10 de abril en el Colón, y volverá a hacerlo hoy a las 21 en el Salón Tattersall del Hipódromo de San Isidro, con un repertorio íntegramente dedicado a Chopin, en el cierre de la séptima edición del Festival de Música Clásica de San Isidro.
—¿En qué momento de tu carrera sentís que estás?
—La música nunca deja de evolucionar. Me encanta investigar y pensar ideas nuevas para relacionar la música con distintas áreas de la vida y otras disciplinas. Desde siempre estuve interesado en las ciencias. Así surgió el ciclo Noches de Música y Ciencia, con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Este año realizaremos el tercero. Empezó el 16 de abril en el Teatro Cervantes y sigue el 23 en el Teatro Argentino de La Plata. Otro sueño era dirigir orquesta desde el piano, y hace cuatro años he iniciado esta actividad que mostraré, junto a la Camerata Bariloche, en el Teatro Opera, los días 23 y 24 de mayo.
—¿Cómo llevás adelante tu perfeccionamiento?
—Estudio todos los días unas 12 horas. Me perfecciono en dirección orquestal con Jorge Rotter (profesor de la Universidad Mozarteum de Salzburgo), y en composición con Alberto Posadas (del Ircam, Instituto de investigación y coordinación acústica de música de París).
—Emigraste a Europa siendo adolescente. ¿Qué pensás sobre la partida de artistas argentinos fuera del país?
—Para la música clásica, vivir en Europa es muy importante para estar en contacto permanente con los más grandes exponentes. La música que toco repone una tradición europea, con lo cual poder ir a estudiar y analizar de primera mano este tipo de material es de gran valor para mí. Sobre el éxodo científico y cultural que ha sufrido en algún momento nuestro país, creo que es importante el ofrecimiento de oportunidades para permanecer aquí. Históricamente no ha existido apoyo sistemático a las artes o las ciencias –han existido oscilaciones– y ello ha sido perjudicial para el desarrollo orgánico, progresivo y masivo de estas disciplinas y sus hacedores.
—¿Cómo ves a nuestro país hoy?
—Con mucho potencial artístico. Tengo la esperanza de que haya cada vez más y mejores resultados. He tenido la oportunidad de trabajar con jóvenes compositores y con orquestas infantojuveniles. El año pasado trabajé con la Orquesta Juvenil de Cutral Co: interpretamos Mozart con resultados sorprendentes. El trabajo de orquestas de niños debe ser apoyado. Hay ejemplos de fabulosas orquestas de niños en Cuba y Venezuela, países que, en materia de formación social y cultural a través de la música, son un verdadero ejemplo.
Los otros
Invitado a compartir su visión sobre artistas y experiencias que se corren del canon de la música académica, con toques de excentricidad, así responde Horacio Lavandera.
—¿Qué opinás de Liberace?
—Lo desconozco.
—¿Y de Bruno Gelber?
—Lo admiro y respeto muchísimo.
—¿Se puede ser un músico reputado por su excelencia y, a la vez, un showman?
—Creo que no es excluyente en ninguna medida. Cada artista debe seguir su intuición y lo que considere honesto consigo mismo. La personalidad con que uno desee expresar su arte tiene que ver con una individualidad. Debe existir responsabilidad y compromiso con el quehacer que uno está presentando.
—¿Hay películas con temática pianística que te gusten?
—Todo lo que ayude a difundir la música es muy bueno. De todas las películas, me quedo con Amadeus: es una gran metáfora sobre la genialidad y la envidia.